Entrevista: Mauricio Poblete / Habitar los cuerpos: el devenir de los álter egos

Entrevista: Mauricio Poblete / Habitar los cuerpos: el devenir de los álter egos

T/ Mora Vitali F/ Agustina Fernandez

 Siempre se consideró pintor, aunque todo el mundo lo conoce como La Chola,performer, que es lo que más se ha visibilizado de su interesante obra. Sobre la identidad y aquello que Poblete llama artivismo, supo enhebrar un discurso profundo que encuentra fuerte eco en la coyuntura actual. Sin embargo, lo agarramos justo en un proceso de cambio de piel: está tratando de dejar su famoso álter ego -“No soy trans, no soy mujer, no soy una mujer boliviana”- y mientras articula otros cuerpos y otras voces reales en sus performances va a pasar a un personaje que es como un golem, vinculado con una figura de la cultura andina que se llama Tantahuahua. Aquí, el largo y difícil camino que lo llevó desde el clóset de su Mendoza natal hasta aquí.




¿Cómo es tu trayectoria desde Mendoza hasta hoy?
Tengo 28 años. Soy mendocino y me formé en la UNCuyo, en la carrera de Licenciatura en Artes Visuales. Me quedan tres materias y la tesis, pero me debería quedar tres años allá para terminar eso, y no tengo ganas. En la facultad conocí a muchos amigos artistas, salir de cursar, tomar una birra y hablar de arte: esa también es mi formación. Este año me vine a Capital y tengo ganas de estar acá, veo que hay más posibilidades, más conciencia del ser artista. Lo percibo más real, deja de ser una ficción. En Mendoza no existe el mercado, existe una escena de artistas mendocinos, pero los intereses están puestos en otras problemáticas. Acá es común que los artistas tengan talleres, trabajen en ellos, tengan asistentes, parece un mundo posible. Pero bueno, también es difícil. Nunca me he decidido por la parte intelectual del arte, es mucho tiempo, y es consumir de todo, me estresa. Quiero hacer y no pensar tanto.
 
Aun así, tu trabajo es muy intelectual, tiene un bagaje y una elaboración que se evidencian al verlo.
Estoy investigando todo el tiempo, pero siempre desde el lugar que me interpela la vida. No es difícil caer en la cuenta de las situaciones que a todos nos están atravesando, ser más conscientes, por ejemplo ahora respecto al feminismo, y ciertas luchas que antes uno no sentía tan cercanas. A mí siempre me sonó como algo más de activismo, o de artivismo. De mis quince a veinte años, antes de entrar en la facu y ver el centro de estudiantes y las chicas, y cómo encaraban la lucha, lo veía como una disciplina del arte, no lo relacionaba con lo social tan directamente. Nunca lo había visto como algo que nos perteneciera a todos por igual. Ahora estoy viviendo en Congreso, y me entero todo lo que pasa, la info llega calentita e inmediata. Es súper difícil no pararse y escuchar. Me parece también que es algo muy de ahora, importante e interesante, que la gente está escuchando. Que les interesa, ven que algo está pasando y quieren saber.
 
Hay una permeabilidad, se escuchan otras voces, y prestamos atención a quien tenemos al lado.
Sí, en otro momento la actitud era cero receptiva. Durante mi adolescencia pensaba que los movimientos de luchas eran una disciplina del arte. Me pasaba con algunas artistas, como con las Guerrilla Girls
 
¿Cómo llegaste al arte? Es una elección fuerte, ¿qué etapas atravesaste? ¿Cómo llegaste a la performance?
Soy tímido y un poco fóbico, pero cuando hago acciones es otra cosa. Siempre me gustó dibujar, fui muy consciente de que tenía una facilidad y un interés sobre lo que era, no sé si el arte, porque en ese momento -y ahora- no sabía qué era el arte, pero sí recuerdo una imagen que había en un libro de mi abuela. Era un enano de Velázquez, El bufón don Sebastián de Morra, siempre me quedó esa imagen, y con el tiempo tuve la oportunidad de estar en el Prado y lo vi. Fue alucinante. La primera relación con el arte vino de ahí. Después, también me gustaba mucho el anime, así que inventaba mis personajes. Me interesaba mucho el manga, pero en la facultad algunos profesores me decían que eso no era dibujar, entonces me puse con los modelos vivos, más académico. También consumía muchas revistas de moda, me encantaban esos rostros, hacía muchas caras, muchos retratos. Y me frustraba, porque no me salía el claroscuro. Yo dibujaba mirando, te estoy hablando de cuando tenía once años. 
En mi casa nunca se habló de arte. No tenía ni idea de talleres de pintura, etc. Recién en la secundaria tuve una aproximación cuando una profesora que me alentó a que estudiara artes en la Universidad. Era mi oportunidad para formarme, en una institución pública. No tenía que elegir un maestro, cosa que me daba un poco de miedo en la secundaria, cuando pensaba que tenía que estudiar una carrera estándar, y aparte pasar por un maestro o un taller, no entendía que había otras posibilidades. El arte era, sigue siendo, un lugar para privilegiados. Yo vengo de una familia muy de barrio, cerrada, y este camino lo fui buscando. Ya en la facultad al tener tantos compañeros, con tantas formas de producir y discursos sobre lo que entendían que era el arte, y profesores, empezaron a surgir cosas, como: ‘armemos una muestrita’. Recuerdo que la primera vez mostramos en un bar, yo tenía 17 años.
Siempre me consideré y me considero pintor, aunque todo el mundo me conoce como La Chola,performer, que es lo que más se ha visibilizado. En este momento estoy tratando de dejar ese alter ego.
 
¿Cómo es tener un alter ego tan marcado? ¿Cómo son las reglas para ingresar en ese personaje?
A los 19 años salí del closet, me fui de mi casa porque no lo podían comprender, y después me fui un tiempito a España a casa de unas tías. Cuando volví tenía otra cabeza. Redescubrí desde la homosexualidad aliados y amigos que tenía desde la secundaria, y conocí el ambiente y los boliches de Mendoza. 
En este proceso de ir descubriéndome, también conocí a mi padre, a mis 21 años. Entonces empecé a construir mi identidad. Sabía que tenía un abuelo boliviano, pero que falleció cuando mi madre tenía cuatro años, y después me enteré que mi abuela paterna viene de una familia mapuche. 
Volví de España con otra idea, porque me había ido fascinado con el arte clásico, Velázquez, los grandes pintores, pero al estar allí sentí que eso no me representaba. Tuve una necesidad de crear algo que hablase de los estándares de belleza, crear un nuevo estereotipo, si se quiere. Toda la vida me encerré en mi pieza  a bailar o disfrazarme. Entonces quise crear un personaje. Estaba empecinado con la obra de Botticelli, la Venus, y con un disco de Lady Gaga, Artpop, su imagen era algo increíble, pero ella mostraba un cuerpo que me era ajeno. Con una amiga hicimos la primera sesión de fotos, Nascita di Chola (El nacimiento de Chola). La premisa era: “si en el mito de Venus nació de la espuma del mar, ¿por qué no puede nacer de un guiso de papas?”.
 
Y de ahí salió esta idea de la Chola, fueron fotos al principio. Después empecé a accionar, pero para mí. Nunca hice shows, no soy drag. Me encantaría, pero soy pésimo. Me interesa poner el cuerpo y experimentar, explorar, cuestionar con él otras cosas.
 
Es otro mundo.
Sí, no me siento identificado, pese a que me encantan. Me encantan los drags, pero siento que para darle una definición a lo que hago, sería más cercano a un transformismo. En realidad, podría ser cualquier cosa, no sólo la Chola. No sólo es ponerme en un cuerpo de mujer, digamos. Cuando empecé con la Chola me empezaron a llamar para proyectos de exposición, y ahí arranqué con esta cosa más política. Ahí se puso más heavytodo, en principio era algo muy íntimo, luego se transformó en algo colectivo que empezó a tocar muchas banderas. Personalmente ha sido un poco difícil, porque si bien estoy a favor de muchas luchas, hay cosas sobre las que aunque quiera no soy parte. No soy trans, no soy mujer, no soy una mujer boliviana. En eso voy a trabajar ahora en Di Tella, en la problemática de cómo salir de estos cuerpos que he habitado. Estoy pensando en trabajarlo con una chica trans, una mujer boliviana y una mujer. Con personas que pueden deconstruir a la Chola, porque son de ellas los cuerpos que he estado habitando. Siempre fui consciente de que era un alter ego bastante político, y un poco normado. He tenido muchas críticas buenas, y otras en las que me quedo pensando… me falta seguir trabajando.
 
¿Cómo elegís tocar estas cuestiones identitarias?
Lo que me pasaba, además de la búsqueda de identidad, es que crecí en una familia de mujeres. Con mi vieja, mi abuela, mis tías. Y quería ponerlas en un lugar de empoderamiento. En las primeras acciones que hice, el vestuario era un suéter de mi abuela, un aguayo de mi abuelo, y las trenzas, que las podría haber hecho yo pero se las pedí a mi madre. Todo era parte de ese ritual con ellas acompañándome. Entonces, cuando hacía la acción, estaba muy consciente de esas mujeres que han sido muy fuertes. Atravesaron cosas horribles, y siempre fueron fuertes. Como ejemplo de fortaleza, siempre he tenido a una mujer, porque he vivido con ellas, en un matriarcado. Cuando alguien relaciona fuerza-hombre, para mi es al revés. He crecido con mujeres que te levantan una casa, con súper mujeres, que no sólo son madres. Y eso siempre lo valoré mucho. La Chola era eso, eran mis amigas, mis primas, mi hermana, era el legado de mis abuelos, todo eso lo fui condensando en la figura de la Chola. 
En cada proyecto ha sido distinto, por ejemplo, una vez me invitaron a un lugar en Mendoza, el espacio Julio Le Parc, ubicado en Guaymallén, que es una zona de ferias y de la colectividad boliviana, y está este edificio colosal y contemporáneo, que parece una nave. Yo lo veía como una catedral puesta en ese contexto. A la salida hay señoras norteñas vendiendo empanadas, pero entrás a ese lugar y está lleno de privilegios, hay una desvinculación con lo que pasa en la periferia. Cuando me llamaron a ocupar este lugar, le pedí a la pareja de mi madre, Javier, que es camionero, que me trajera una camionada de tierra. Lo que hice fue apropiarme del espacio, llenarlo con tierra, y proyectar un video en el que me azoto con unas ristras de ajo. Previo a la proyección, estuve una semana subiendo la tierra con una carretilla al segundo piso, y después molí ajo y humedecí la tierra. Lo del ajo era para jugar con esta cosa peyorativa de ‘boliviano, olor a ajo’, esas discriminaciones terribles.
 
Es muy valioso tener un espacio para reivindicarse.
Siempre me interesó hacer visibles cuestiones que he pasado. Por más que no use la peluca, tengo rasgos norteños muy marcados, y he pasado por situaciones de bullying. A mí me han jodido más por ser descendiente de bolivianos que por ser puto. Me han dicho negro de mierda, me ha pasado mucho, y trato de visibilizar estas cuestiones que me atravesaban.
 
¿Cómo es la representación política en estos contextos de feria y eventos culturales?
En 2017 me invitaron a arteBA y mi obra fue hacer una caja de madera donde yo bailaba. Lo que hacía era una Danza Caporal, yo hacía la parte de danza del hombre, pero vestido como mujer. En estas danzas las mujeres tienen muy poco movimiento, y el hombre puede hacer saltos, giros, y de todo. Pero hay una limitación a lo que se supone que es lo femenino. Y si bien no soy bailarín, hice los saltos, las vueltas, todo con zapatos de taco y con un traje típico. Además, me gustaba poner en evidencia esta situación de la cultura andina y traer una Chola danzando a un lugar que es un mercado. Fui y compré unos $5.000 de papas Lays. Lo más loco es que las papas son de la cultura andina, pero están súper colonizadas, y vienen en corte español, y corte inglés. No se puede creer hasta dónde llega la colonización, este sistema que nos sigue moldeando en distintos ámbitos.
 
Ahora es un nivel simbólico del consumo el que está influido.
Me parecía interesante eso, estar danzando sobre el capitalismo. Yo todos los días abría un paquete de papas, las botaba, me ponía a danzar arriba de ellas, exponiéndome a que cualquiera me dijera ‘estás loco’, ‘no sabés bailar’, o lo que sea. Me pareció un muy buen escenario para dejar en evidencia estos temas que me interesaban. En el momento fue muy loco. Fue muy emocionante, y lo hice todos los días de arteBA 2017, incluso uno estando enfermo, dancé con fiebre. El último día vino a verme mi vieja, con todo lo que significa que me esté viendo ahí, aceptándome; y también esos sentimientos encontrados de lo que es su cultura, y de cómo se crió viendo los carnavales. De hecho el traje me lo trajeron de Bolivia, era un traje que se consigue comprándolo a un Ballet Caporal o trayéndolo de allá, son caros y son muy hermosos. 
Este año, un amigo diseñador sanjuanino me hizo un poncho muy hermoso, de una tela increíble, y anduve por los stands diciendo que era la Chola coleccionista. Y andaba súper diosa, y preguntaba los precios. 
Está muy de moda la performance como show, hay una espectacularización del arte contemporáneo, entonces la Chola pasó de ser un cuerpo de denuncia a una nada, un escenario más payasesco. 
 
Se resignificó contra tu voluntad.
Muchas veces me he sentido así, y no me gusta ese lugar para nada. Se van apropiando de tu discurso, que no está mal, pero está bueno ser consciente. Me di cuenta de todo esto, y soy muy consciente de lo que hago y las cosas que van surgiendo alrededor. Entonces me sirve ponerme en ese lugar mainstreampara hablar de otras cosas que siento más profundas. Los artistas tienen que ir profundo. 
 
En este momento el arte joven viene muy fuerte, muy consciente, muy interesado en una evaluación profunda de los asuntos. ¿Cómo ves este conjunto?
La primera vez que vi una performance fue de Inti Pujol, artista performer mendocina y referente. Toda su obra es muy del cuerpo, arriesgada y al límite. Su trabajo es muy heavy, y tiene mucho que ver con la fuerza. Hizo una acción recientemente en arteBA y generó mucho revuelo. La primera vez que vi su trabajo, casi tuve un ataque de pánico. Muchas veces he tenido ansiedad y estrés, y  al trabajar con el cuerpo he podido encontrar rituales para estar más tranquilo. 
 
¿La acción como meditación quizás?
Sí, también, hice mucho yoga, para dominar los estados del cuerpo. Cuando vi esta primera acción, me generó algo tan fuerte… Me gustaría sentir eso cuando veo una performance, que me cause eso. Lo más grande a nivel cuerpo que me está interpelando, y me pone la piel de gallina ahora, es salir a la calle y ver las manifestaciones, lo real, lo colectivo. Me encantaría que alguien pudiera generarme eso. Yo no sé si genero ese tipo de sensaciones en los demás, pero me parece increíble, y me interesa. 
 
¿Llegaste a ver algún trabajo de Effy Beth?
No, pero la seguí mucho. La encontré por un blog, y fue una de las primeras que me despertaron cuestiones. A mi ponerme una peluca, y habitar la Chola me ha llevado a preguntarme si realmente quería pasar por una transición, ponerme hormonas, o travestirme en lo diario, aunque después me di cuenta que no. Me he hecho mamografías, tengo una ginecomastia (crecimiento de senos en hombres), y temas de hormonas, pero nunca sentí que tenía que cambiar algo en mi cuerpo.  Sí me cuestioné estas cosas y quise investigar sobre artistas trans, y la primera fue ella. Me parece una referente, me pone la piel de gallina su obra. Es un cuerpo que ha pasado por muchas cosas, no podría ponerme en ese lugar. Yo habito estos cuerpos, pero para ella no era sólo un día de performance, ahí está la diferencia. 
 
¿Cuáles son tus influencias, o quién es la gente que ves en el mismo camino? ¿Por dónde siguen tus búsquedas?
Una artista con la que me gustaría trabajar ahora es Lola Bhajan, que es una chica trans que me encanta, es increíble, y es muy de la onda Chola. Siempre digo que es la Chola real, hay una relación estética ahí. 
Ahora la idea es empezar a despojarme de lo que es el alter ego la Chola, empezar a hacer acciones. Voy a pasar de la Chola a un personaje que es más consciente, que es como un golem. Lo estoy vinculando con una figura de la cultura andina que se llama Tantahuahua, son unas figuritas de pan. La idea es hacer un personaje que va a ser de pan, para acentuar como el alter ego se termina volviendo una cosa media monstruosa para el que lo crea. Hice un mapeo de la historia, a través del cine y la música, y todos terminan odiándolos. Entonces llegué al golem, y dije: ‘tengo que crear este personaje’. Para llegar a él, lo que quiero hacer es trabajar con una chica trans; una mujer, posiblemente mi madre; y una mujer boliviana, que son las personas a quienes me gustaría mostrarles mi obra y preguntarles qué sienten ellas cuando ven a una persona que tiene más acceso al poder decir algo, y si les molesta, o no. Ese acercamiento primero, y luego trabajar más conscientemente en otros temas.
 
¿Vas a liberarte un poco del trabajo desde el cuerpo?
No, quiero seguir con las acciones y seguir haciendo performance. Pero me imagino a una mujer boliviana despojándome de todos los elementos que arman el personaje: la peluca, el aguayo, con la pregunta ‘¿por qué te estás apropiando de mis cosas? No vivís todos los días mi experiencia’. Estoy tratando de ser un poco crudo conmigo, y también de pensar que soy un chico, que no me levanto como chola todos los días. Más allá de que me guste, también soy consciente de la apropiación, y no quiero volverme un colonizador. Y es súper fuerte, porque la vengo trabajando desde el 2012, y es otra piel mía que voy a dejar. 
No digo que todo lo que hice haya sido ficción, pero sí creo que ha llegado una etapa que creo que tiene que ver con todo lo social que está pasando, que me ha hecho tomar conciencia de que no puedo estar haciendo lo mismo que hicieron conmigo. No quiero seguir habitando estos cuerpos, no para mi obra. Entonces estoy pensando en muchas acciones que tienen que ver con una chola que fui dejando, como algo que fue pero no quisiera ser toda la vida. Y no solamente por el ‘hit’, sino porque realmente me atraviesan todas las otras cosas que suceden, además no soy yo quien pueda levantar algunas banderas.
 
¿Buscas restituir ese espacio?
Cuando llegue a esa etapa voy a poder estar sin esta presión, y hacerlo desde mi lugar, como Mauricio Poblete, artista. Que mañana puede ser el hombre elefante o Ziggy Stardust. Pero no en estos cuerpos que son tan violentados. 
 
¿Estás trabajando en reconocer tus privilegios?
Es que sigue siendo un privilegio en un punto hasta ser puto. En el arte hay una idea de ‘la comunidad lgbt’, pero todos los artistas son chabones, siguen siendo varones. Del machismo a la putocracia que está pasando sigue igual. Es como si se disfrazara el macho en el puto. 
 
Y sostiene la misoginia y la exclusividad del ambiente.
Es difícil, es re difícil, y sobre todo porque tengo mucha admiración por amigos drag o transformistas, pero es algo personal. 
 
¿Te están influyendo las tomas de conciencia colectivas? 
Cuando fue la marcha multitudinaria ni una menos, el año pasado, unas amigas me dijeron ‘podés ir como la Chola’, pero dije que no, que no podía. Y en la marcha hubo drags, y chicos. Ese lugar no me pertenecía. 
En arteBA 2018, presenté Muerte de barro, una obra que tuvo varias modificaciones. Trabajé con una estructura de madera, análoga a un ataúd con forma gótica. Me presenté como la Chola y sostenía esta estructura con las manos. La acosté en el suelo y me fui despojando del vestuario, termine como Mauricio accionando con una de las puntas, me interesaba en principio interactuar con esta estructura y con el límite del cuerpo. Es ese tipo de acciones lo que estoy pensando para este año, el cómo me puedo ir despojando de este álter ego. Trabajarlo con estas mujeres y hacer una cuestión restitutiva y de apreciación. Seguramente siga poniéndome pelucas y maquillajes, me encanta sermostra, pero ya no para mi arte.
Me llaman mucho para acciones, y quieren que vaya la Chola, la Chola, la Chola. Y me cuesta, porque es una oportunidad, pero he dicho que no. estoy trabajando en otra cosa que es, justamente, ir dejándola. 
 
¿Cómo funciona la subsistencia del performer?
A mí nunca me han pagado por hacer performance. Siempre las galerías ayudan a conseguir un lugar, otros los he conseguido por convocatoria, y otros me han llamado tras hacerme conocido. Te ayudan con fletes y gastos, pero no hay un pago por las acciones. 
 
¿Cuáles son tus trabajos más actuales?
Antes de esta acción de arteBA 2018 hice una muy fuerte en Santa Fé. Trabajé con los chicos de A la Cal,       que me invitaron a hacer una acción en una plazoleta por Ana María Acevedo. Fue muy fuerte porque el suyo es uno de los casos más heavysque tienen que ver con el aborto. Ella era una chica de 19 años, y le descubren cáncer en la mandíbula. Pero no se lo tratan por un embarazo incipiente, entonces muere. Cuando me invitan a esta plazoleta, me interesó laburar en ese campo, era tan fuerte que no podía decir que no. La pared que daban al proyecto de los chicos de A la Cal es del hospital donde ella estaba. Yo no sabía cómo trabajar la acción, entonces lo trabajé mucho con una curadora, Cintia Clara Romero. Finalmente tomé la idea del Vía Crucis, y en cada parada que iba haciendo, arrodillado, se relataba un testimonio de la vida de Ana María Acevedo. Para esto trajimos a una artista de Paraná. Para mí era importante que quien portase la voz en este trabajo fuese una chica, y en este caso la convoqué, y ella fue como un médium que relataba el caso. En cada parada ella contaba lo que le iba pasando a Ana, desde que le encuentran el cáncer en la mandíbula hasta que fallece, mientras yo iba dejando como ofrenda elementos que tenían que ver con el vestuario. Dejé la peluca, los aros, los tacos, hasta quedar desnudo como Mauricio. Todo esto con un dispositivo bucal prestado por un artista, para relacionar con el cáncer de mandíbula, que fue la causa oficial de su muerte. 
Yo estaba consciente de que iba a tener dolor en las rodillas, porque iba a trasladarme sobre ellas, pero con el dispositivo jamás me imaginé que iba a ser tan costoso lograr hacer todo el recorrido. Son unas dos cuadras, desde la plazoleta hasta la puerta de la maternidad donde yo dejaba lo último que me quedaba. Ese día hacía muchísimo calor, fue muy intenso, una experiencia de Vía Crucis, porque sentí todo el tiempo dolor en el cuerpo. La chica que leyó, cuando nos juntamos decía que no sabía si podía leer bien, que no tenía mucho alcance con la voz, pero en cuanto empezamos sacó muchísima fuerza, tenía ira. Y yo la tenía cerca, me emocionaba, fue todo muy fuerte. Creo que no hubiese sido la misma experiencia sin ella, tenía que estar ahí. Por eso es necesario ser consciente de qué cuerpo, qué cosas voy habitando y por eso he empezado a incluir y colaborar con gente que realmente está atravesando cuestiones que yo siento cercanas a lo que es mi propuesta. 
Después de hacer esto fue súper fuerte lo de arteBA: mi propia tumba esquelética. La forma gótica me importaba mucho porque me hacía pensar en las catedrales, como la de Toledo, que cuando la conocí no podía creer lo colosal que es y el miedo que genera. Realmente, en esa época debe haber sido terrible. Me gusta incluir el tema de la religión. Cuando salí del closet me metí en los peores lugares, iglesias cristianas, evangelistas, mormones. Ahí me di cuenta de que no era el camino, he estado atravesado por la religión, pero no. 
 
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Me interesa mucho el tema del límite del cuerpo en la performance, hasta dónde uno puede llegar de forma mental y física, y después experimentar. Siempre hay una idea previa, no es un hacer por hacer. Me gusta que exista una conexión entre lo que vengo haciendo y lo que voy atravesando en el momento. No una narración literal quizás, pero me convocan y está en boga el feminismo, el aborto, y para que no sea tan cliché prefiero articular estos temas con mi obra, trabajar con personas que estén atravesadas realmente e ir deconstruyendo esta figura, la Cholis, que la voy a extrañar. 
Ahora estoy pintando bocetos de lo que sería el golem, que sería una especie de Chola, aunque la relación pasa por las trenzas. Medio de pan, medio deforme, estos son bocetos, y después voy a terminar haciendo videos, esculturas, trabajar muchos medios. Es la idea. Es la primera vez que pongo en palabras esta crisis que estoy atravesando respecto a la obra, pero lo he estado pensando mucho. Cuando trabajás con el cuerpo vas dejando cosas, y lo siento así, intenso, es como perder un brazo. Después de las acciones quedo en una etapa de llanto y cansancio, termino muy agotado. Es dejar una energía muy fuerte, algo tan mínimo como sacarte una peluca deja al descubierto muchas cosas.
Lo que quiero dejar dicho es eso: La Chola ha sido una especie de homenaje, para las mujeres de mi familia. Mi hermana, mi madre, mi abuela. Siempre he estado rodeado de mujeres, y mi vista siempre ha estado influida por la experiencia de vida de ellas y las discusiones en casa. Me voy estudiando y analizando, y aprendiendo de muchísimos referentes grandísimos que me emocionan y atraviesan.  

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