Serpientes. Jazmines de Madagascar. La playa. Viajes. Tragos. Noches azules. Vestidos. En la obra de Joan Didion hay elementos que aparecen una y otra vez. Encontrarlos genera cierta satisfacción, una sensación de familiaridad, son como guiños. En esos momentos, su ficción y la realidad parecen todo lo mismo. Tal vez lo sean.
En su vida se mezclaron el inglés medieval, la revista Vogue, la movida hippie, el clan Manson, el mundo del cine, la política, las tragedias personales, sus propias afecciones de salud y varias ciudades norteamericanas. Y todo, de una forma u otra, terminó en sus libros.
Tuvo un rol central en el Nuevo Periodismo de los sesenta, cuando cambió para siempre el modo de hacer crónicas en primera persona. Se casó con otro escritor y periodista, se mudó varias veces, adoptó una hija. Cuatro décadas después del boom original, el relato del duelo por la muerte de su marido se convirtió en best-seller. Y el best-seller, en obra de teatro.
Hoy tiene ochenta y cuatro años, un estado físico frágil y un departamento en Nueva York. Sigue pegando en las paredes papeles con frases o ideas que quiere recordar. Sigue escribiendo para saber cómo piensa y qué siente. No le gusta preguntar, prefiere sentarse y mirar a la gente hacer sus cosas. Sigue convencida de que la clave es ver lo suficiente y tomar nota.
TRAGOS
“Mi primer cuaderno fue un bloc Big Fiveque me regaló mi madre junto con el sensato consejo de que dejara de quejarme de todo y aprendiera a divertirme apuntando mis pensamientos. Hace unos años me devolvió aquel bloc; la primera anotación trata de una mujer que estaba convencida de estar muriéndose de congelación en la noche ártica, solo para descubrir, cuando amanecía, que había acabado en el desierto del Sahara y que iba a morir de calor antes de mediodía. No tengo ni idea de qué estado de ánimo de una niña de cinco años pudo suscitar una historia tan «irónica» y exótica, pero es cierto que la anotación revela cierta predilección por los extremos que me ha perseguido hasta la vida adulta”.
Joan Didion nació en Sacramento, California, Estados Unidos, en 1934. Considera que toda persona se forma en relación al paisaje en el que crece. Y aunque con su temporada de incendios y su estación de lluvias California le sigue resultando un enigma, afirma que todo lo que es, hace y piensa está en ese paisaje.
Fue también su madre quien encontró el aviso sobre un concurso de ensayos organizado por Voguey le dijo que podía ganarlo. Didion había terminado sus estudios de literatura inglesa en Berkeley cuando se mudó a Nueva York para hacer uso del premio: una beca de seis meses para trabajar en la revista. “Cuando vi por primera vez Nueva York yo tenía veinte años y era verano, y me bajé de un DC-7 en la vieja terminal provisional de Idlewild con un vestido nuevo que en Sacramento me había parecido muy elegante pero que ya no me lo parecía tanto, ni siquiera en la vieja terminal provisional de Idlewild, y el aire cálido olía a moho, y cierto instinto, programado por todas las películas que había visto y por todas las canciones que había cantado y por todos los relatos que había leído sobre Nueva York, me informó que ya nada volvería a ser lo mismo. De hecho, nunca volvió a serlo”.
Un día de 1961 se había anunciado en tapa un artículo sobre el amor propio, pero el autor nunca apareció. Lo terminó escribiendo ella. A partir de ahí se dedicó a desarrollar notas de óptica femenina, en las que logró colar su impronta personal. Los seis meses en la gran ciudad se convirtieron en ocho años, durante los cuales llegó a ser editora de la revista.
Por aquel entonces también empezó a preparar su primera novela: Run, River. Si bien se publicó en 1963, solo recientemente se editó en castellano con el título El río en la noche. Se trata de una historia de ficción que transcurre en el ámbito de Sacramento y tiene puntos en común con su entorno familiar. Probablemente ya en esa primera experiencia, Didion se encontró con su modo de trabajar los personajes. Los secundarios suelen estar basados en gente; los principales no, están en su cabeza. No siempre tiene imágenes de ellos. A veces se presentan fugazmente una vez, y eso es todo.
Si bien se la considera su novela más clásica, ya se reconocen varios de los temas y recursos que desarrollaría después. Hay diálogos (aparentemente) banales, escenas fragmentarias, un tono por momentos irónico, foco en pequeños detalles. Hay personajes inestables o desbordados, alcohol y pastillas. Y, claro, serpientes. A Run, Riverla siguieron Play it as it lays(Según venga el juego)en 1970, y A book of common prayer(Una liturgia común)en 1977. Más tarde llegaron Democracy(1984) y The last thing he wanted(1996).
La protagonista de Según venga el juego, el más reconocido de sus trabajos de ficción, es Maria Wyeth. Una actriz cuya carrera se limita a papeles secundarios en películas menores, casada con un reconocido director de Hollywood con el que tiene una relación conflictiva. Sola, rodeada de lujos y de vínculos superficiales, con una hija pequeña internada en un centro para niños con necesidades especiales y con un reciente nuevo embarazo, Maria es otro personaje desbordado. En medio de esta historia -que es también una descripción de la sociedad norteamericana y la industria cinematográfica de fines de los sesenta- muchos vieron en Maria puntos de contacto con Joan. Las dos toman compulsivamente Coca-Colabien fría, muchas veces a modo de desayuno. Ambas pensaron en algún momento que trasladarse sin parar equivalía a seguir -o salir- adelante. Por las autopistas de Los Ángeles, como Maria, o en la gira de promoción de su último libro después de una enorme pérdida personal, como Joan. Las dos transitaron momentos de dolor que las llevaron a dejar de comer por una temporada, con la consecuente preocupación de su entorno. Y a las dos las obsesionan cosas similares.
En la novela, la madre de Maria muere en un accidente automovilístico. “Aquel año no había sido capaz de comer porque cada vez que miraba la comida ésta parecía recolocarse en ominosas espirales. Sabía que no había ninguna serpiente de cascabel en el plato, pero una vez que la imagen se adueñaba de ella, no había forma de comer. Aquel año la consumieron las preguntas. A qué hora había ocurrido exactamente, qué había estado haciendo exactamente en Nueva York en el instante mismo en que su madre había perdido el control del coche a las afueras de Tonopah. Qué llevaba puesto su madre, qué pensaba”.
La propia Didion vio a posteriori que en A book of common prayerhabía hablado de su hija creciendo y yéndose de su lado. A veces, dijo, en las novelas te anticipás a cosas que creés que no vas a soportar.
VIAJES
Su primer libro de ensayos fue Slouching towards Bethlehem(Arrastrarse hacia Belén), publicado en 1968. En él se mezclan crónicas policiales, relatos de su experiencia como escritora y periodista, un texto dedicado a John Wayne y a la figura del cowboycomo el modelo de hombre que había impregnado su infancia, su artículo fundacional sobre el amor propio, y un viaje a San Francisco en el que retrata el movimiento hippie.
“El centro ya no se sostenía. Era un país de avisos de bancarrota y de anuncios de subastas públicas y de noticias diarias de gente que mataba porque sí y de niños que se criaban con quien no debían y de hogares abandonados y de vándalos que escribían mal hasta las guarradas que pintarrajeaban. Era un país donde desaparecían familias de forma rutinaria, dejando tras de sí un rastro de cheques sin fondo y documentos de embargo. Los adolescentes iban a la deriva de ciudad en ciudad, sacudiéndose de encima tanto el pasado como el futuro igual que las serpientes mudan de piel, chicos a quienes nadie había enseñado –y ahora ya nunca iban a aprender– esos juegos que mantienen a la sociedad cohesionada”.
Como nada le parecía tan relevante como eso decidió irse a San Francisco, “el lugar donde estaban brotando las hemorragias sociales”, donde los chicos que desaparecían se estaban reuniendo y llamándose a sí mismos hippies. Era la primavera de 1967. Didion no sabía bien qué estaba intentando averiguar, así que simplemente se quedó un tiempo en la ciudad e hizo “unos cuantos amigos”. El New York Timespublicó una crítica muy positiva del libro e, inmediatamente, Joan se convirtió en figura.
Por entonces ya vivía con John Gregory Dunne, a quien había conocido trabajando. Ella, en Vogue. Él en la revista Time. Se habían casado en 1964 y poco después se habían mudado a Los Ángeles, donde pasarían más de veinte años. Pensaban en tener hijos, pero no podían. Conociendo sus deseos de ser madre (su necesidad, diría Joan), una amiga la contactó con un obstetra que podía facilitarles una adopción. En marzo de 1966 recibieron un llamado de aquel médico diciéndoles que tenía una beba y necesitaba saber si ellos la querían. Didion se estaba duchando y se largó a llorar cuando John entró a contarle la noticia. Una hora más tarde estaban frente al ventanal de la maternidad y, luego del proceso requerido, no exento de trabas y angustia, en septiembre de ese año la adoptaron legalmente.
“Cuando nos preguntaron en el hospital cómo íbamos a llamar a aquel bebé tan precioso, tampoco lo dudamos: la íbamos a llamar Quintana Roo. Habíamos visto el nombre en un mapa mientras estábamos en México unos meses antes y nos habíamos prometido el uno al otro que si algún día teníamos una hija (especulación fantasiosa, por entonces no había ninguna hija en perspectiva), se llamaría Quintana Roo. El lugar del mapa llamado Quintana Roo todavía no era un estado, si no únicamente un territorio. El lugar del mapa llamado Quintana Roo todavía era frecuentado principalmente por arqueólogos, herpetólogos y bandidos. La institución en que se iban a convertir las vacaciones de Semana Santa en Cancún todavía no existía. No existían los vuelos a precio de ganga. No existía el Club Med. El lugar del mapa llamado Quintana Roo todavía era territorio desconocido. Igual que el bebé de la maternidad del Saint John’s”.
Un lugar que aún no era un estado les dio la idea de un territorio libre de problemas. “Jamás se me había ocurrido que ese territorio desconocido pudiera presentar sus propias complicaciones”, escribiría más tarde en el libro que le dedicó a su hija.
Sobre su relación con John se dicen muchas cosas. Que él era su protector, que tenía mal carácter (lo que los llevó a tener algunas crisis de pareja, varias de ellas reflejadas en sus escritos), que era chismoso (y recopilaba las últimas noticias del jet seten las editoriales donde trabajaba o -cuando vivían en Nueva York- en sus salidas a correr por el Central Park). Pero lo que más se repite es que estaban siempre juntos y quecada uno era capaz de completar las frases del otro.
Lo que ella dice sobre su relación con John es que cada uno era el mejor lector del otro. Que si bien tenían estilos y puntos de vista distintos, editaban mutuamente sus textos. Que nunca tuvieron celos de los trabajos del otro. Que ella solo podía tener una relación con un escritor, de otra manera no le hubieran tenido paciencia. “No sé lo que significa enamorarse. No es parte de mi mundo. Pero recuerdo tener muy claro que quería que eso continuara. Me gustaba estar en pareja. Me gustaba tener a alguien”. Joan dice que John estaba entre el mundo y ella.
Si bien Dunne publicó libros propios, juntos conformaron una dupla profesional. Escribieron columnas para diferentes medios y varios guiones de cine. Hacían guiones por la plata y porque era un tipo de trabajo muy distinto al que estaban acostumbrados y eso les resultaba divertido. Uno escribía, el otro corregía, el texto volvía a manos del primero y, al final, ya no sabían quién había escrito qué. En 1971 hicieron la adaptación de Pánico en Needle Park, película emblemática del Nuevo Cine Americano. Un drama romántico que abordaba el tema de la heroína entre los jóvenes y dio a conocer a Al Pacino en su segunda aparición en pantalla grande. En 1972 adaptaron al cine Según venga el juego, la novela de Joan, protagonizada por Anthony Perkins y Tuesday Weld en el papel de la desbordada Maria Wyeth. Y en 1976, una nueva versión de Nace una estrella, encabezada por Barbra Streisand. Tiempo después vendrían True Confessions(1981), que contó con las actuaciones de Robert De Niro y Robert Duvall, y Up Close & Personal(1996), con Robert Redford y Michelle Pfeiffer.
VESTIDOS
En el tiempo que pasaron en Los Ángeles se mudaron varias veces. Primero ocuparon una casa prestada. Luego vivieron en otra en Franklin Avenue, Hollywood, protagonista y testigo de varios de sus ensayos de esa época. Cuando Quintana era chica se trasladaron a Malibú, donde tenían una terraza con vista al Pacífico, también muy mencionada en sus escritos. Y finalmente, cuando su hija tenía doce años, se instalaron en una residencia tradicional en Brentwood Park, un tranquilo suburbio de Los Ángeles. Vivieron ahí entre 1978 y 1988, cuando Quintana estaba por terminar la universidad. Ese año volvieron a Nueva York.
De esos años y esas casas llegan anécdotas legendarias. Harrison Ford, carpintero en esa época, les hizo varios arreglos y terminó convirtiéndose en amigo de la familia. Warren Beatty estaba obsesionado con Joan. Brian de Palma, Steven Spielberg y Martin Scorsese eran invitados regulares. Organizaban reuniones en las que aparecían personajes memorables: “Alguien trajo una vez a Janis Joplin a una fiesta que dábamos en la casa de Franklin Avenue. Ella venía de un concierto y quería un coñac con Bénédictineservido en un vaso de agua. La gente del mundo de la música nunca quería copas normales. Siempre querían sake, o cócteles de champán, o tequila solo. Pasar tiempo con la gente del mundo de la música resultaba confuso, y requería una técnica más fluida y en última instancia más pasiva de la que yo jamás pude desarrollar”.
En otro sentido, la gente del mundo de la música era genial. Para escribir sobre ellos sólo había que observarlos -decía Joan-, porque la gente del mundo de la música, la gente del rock, vivía su vida frente a todos. En un texto de The white album (su segundo libro de ensayos, de 1979), donde todo lo que relata parece suceder en cámara lenta, Didion cuenta su experiencia presenciando una grabación de los Doors. “Morrison se volvió a sentar en el sofá de cuero y reclinó la espalda en el respaldo. Encendió un fósforo. Examinó un momento la llama y luego, muy despacio y con mucha parsimonia, se lo llevó a la bragueta de los pantalones negros de vinilo. Manzarek se lo quedó mirando. La chica que le estaba masajeando los hombros a Manzarek no miraba a nadie. Daba la sensación de que nadie iba a salir nunca de aquella sala. Pasarían semanas antes de que los Doors terminaran de grabar aquel álbum. Yo no me quedé hasta el final”.
Joan estaba sentada en la parte menos profunda de la pileta de su cuñada en Beverly Hills, cuando Natalie Wood llamó porque se acababa de enterar de los asesinatos de Cielo Drive. Asesinatos cruentos perpetrados en 1969 por el grupo liderado por Charles Manson, en los que murieron -entre varias personas más- la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses y esposa del director Roman Polanski. “Durante la hora siguiente el teléfono sonó muchas veces. Aquellas primeras informaciones resultaron embrolladas y contradictorias. Una persona de las que llamaban hablaba de capuchas y la siguiente decadenas. Había veinte muertos, no, doce, diez, dieciocho. La gente imaginaba misas negras y lo atribuía a malos viajes de ácido. Recuerdo con mucha claridad todas las informaciones erróneas de aquel día, y también recuerdo otra cosa, y ojalá no la recordara: recuerdo que nadie estaba sorprendido”.
Didion siguió de cerca el caso del clan Manson y entrevistó varias veces a Linda Kasabian, una de las integrantes de la banda que finalmente fue absuelta por el tribunal. Ella misma le compró el vestido con el que la chica dio su primer testimonio en el juicio. “La mañana del asesinato de John Kennedy yo estaba comprando, en el Ransohoff ’s de San Francisco, un vestido corto de seda para mi boda. Unos cuantos años después aquel vestido quedó para tirar cuando Roman Polanski le derramó encima accidentalmente una copa de vino tinto durante una cena en Bel-Air. A aquella cena también asistió en calidad de invitada Sharon Tate, aunque ella y Roman Polanski todavía no estaban casados. El 27 de julio de 1970 fui a la tienda Magnin-Hidel tercer piso del I. Magninde Beverly Hills y elegí, por encargo de Linda Kasabian, el vestido con que ella iniciaría su testimonio sobre los asesinatos de la casa de Sharon Tate Polanski en Cielo Drive. (…) Estoy convencida de que ésta es una cadena de correspondenciascompletamente desprovista de sentido, pero en aquella resonante mañana de verano tenía tanto sentido como cualquier otra cosa”.
Joan experimentó y retrató el estallido de una nueva cultural joven que promovía el sexo, las drogas y el rock and roll. Tanto en Slouching towards Bethlehem como enThe white albumhabló de las contradicciones que acarreaba el sueño americano y de su crisis, cuyo final estuvo marcado por los asesinatos de Cielo Drive. Mucha de su gente conocida en Los Ángeles consideraba que los sesenta se habían terminado cuando se propagó la noticia de ese episodio. Ese día había estallado la tensión, el mal augurio vinculado a los excesos y el descontrol se había cumplido. En eso estaba de acuerdo. Para ella, sin embargo, los sesenta se cerraron definitivamente en 1971, cuando se mudó de la casa de Franklin Avenue a otra que estaba al lado del mar.
LA PLAYA
“Y cuando llegamos allí veo en el suelo de la sala de estar a una niña, vestida con un abrigo corto y leyendo un cómic. No para de relamerse con gesto concentrado y lo único raro que le veo es que lleva pintalabios blanco. (…) La niña de cinco años se llama Susan y me cuenta que va a la guardería para mayores. Vive con su madre y con otra gente, acaba de pasar el sarampión, quiere una bicicleta para Navidad y le gustan sobre todo la Coca-Cola, el helado, Marty de los Jefferson Airplane, Bob de los Grateful Deady la playa. Recuerda que fue a la playa una vez hace mucho tiempo y dice que ojalá se hubiera llevado un balde. Ahora ya hace un año que su madre le da ácido y peyote. Susan lo describe como colocarse”.
En Arrastrarse hacia Belén, sobre el final de su periplo por San Francisco, Joan Didion escribió los párrafos que le valieron los mayores cuestionamientos de su carrera. Después de hacerse “unos cuantos amigos”, de ir de contacto en contacto, de entrevistar a militantes y a policías, Joan da con un personaje que la lleva a la casa donde está Susan. Sin dudas se trata de uno de sus textos más duros de leer, pero también uno de los más difíciles de abandonar.
Muchos señalaron la frialdad con la que Didion contó lo que vio y lo explotó en beneficio de la intensidad dramática del relato. Se preguntaron por qué no eligió ayudar a la nena, por qué no reaccionó, por qué solo la describió. No entendieron cómo soportó ver esa realidad sin huir a los brazos de su hija chiquita que la esperaba en casa. Nadie pudo negar que la crónica era excelente.
En 2017 el actor, productor y director norteamericano Griffin Dunne -que además es sobrino de Joan- estrenó Joan Didion: The center will not hold(Joan Didion: El centro cede). Se trata de un documental, disponible para ver en Netflix, en el que Didion reflexiona sobre su labor como escritora y su vida personal. Para repasar su carrera, Griffin se vale de material de archivo, fotos familiares, textos de Joan leídos en off, entrevistas actuales hechas por él mismo (muchas en el departamento de Didion) y -sobre todo- del entendimiento que tiene con su tía. Eventualmente, le pregunta por Susan. “¿Cómo fue ser periodista en ese cuarto cuando viste a la nena drogada?” “Bueno, fue…” (Hay una pausa prolongada. Joan mira hacia abajo, parpadea, hace gestos con las manos. Mantiene el silencio. Finalmente levanta la vista hacia Griffin). “Déjame decírtelo: fue oro. Ése es el resumen. Vivís para momentos así si estás haciendo un artículo”. (Nueva pausa) “Para bien o para mal”.
Los mismos de antes la cuestionaron y volvieron a hacerse preguntas. Otros concluyeron que Didion maneja la combinación perfecta de empatía y desapego que necesita para reportar la realidad. Y que su objetivo último es -siempre- escribir la mejor historia que pueda escribir.
Hacia principios de los años ochenta, Joan necesitaba un cambio. Quería alejarse y hacer algo nuevo. En ese momento se cruzó con un editor que, habiendo leído su material y habiéndola visto sOlo un par de veces, tenía enorme curiosidad por saber qué opinaba de ciertos temas. No dudó de que ella podía ocuparse de cuestiones políticas y logró contagiarle esa confianza. Así nació Salvador(1983), un ensayo escrito tras un viaje al país centroamericano que se convertiría en la experiencia más peligrosa de su vida. Como en sus escritos anteriores, Didion construyó una trama más propia de la ficción para contar la dura realidad con que se encontró. Siguiendo esa línea, después vinieron Miami(1987), Political fictions(2001) y Fixed ideas: America since 9.11(2003). Su obra de no ficción, que se ocupa más del rol de los medios y de cuestiones sociales y culturales, se completa con After Henry(1992) y Where I was from(2003).
JAZMINES DE MADAGASCAR
El 30 de diciembre de 2003, sentado frente a Joan en la mesa de su casa, John Dunne sufrió un ataque cardíaco fatal. “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sentás a cenar y la vida que conocés se acaba”, escribió Didion en The year of magical thinking(El año del pensamiento mágico), publicado en 2005.
Ambos sabían que John era candidato a una crisis cardiovascular. Sus caminatas por Central Park eran un intento por mantenerse sano. Pero en ese momento Quintana estaba en coma por un cuadro de neumonía que se había complicado y John estaba muy preocupado por ella. Todos pensaban que Quintana era quien corría peligro. Sin John y con su hija internada en terapia intensiva, Joan casi no comía.
Por momentos como protagonista y por momentos como testigo, en El año del pensamiento mágicoDidion analiza minuciosamente sus sentimientos por la muerte de su marido. Y lo hace con los recursos del periodismo. Necesitó aplicar su instinto de reportera para entender un dolor que nadie le había explicado. Mientras escribía se sentía en contacto con John, por eso fue un libro muy difícil de cerrar. Como si con el final del texto él hubiera terminado de irse.
Su editora cuenta que Didion no suele comentar en qué está trabajando hasta tenerlo listo. Que un día le acercó directamente el libro entero, y que para ella fue una grata sorpresa. Joan buscaba comprender, saber cómo pensaba y qué sentía; originalmente no lo consideró un modo de lidiar con la situación. El proceso de escritura terminó siendo esclarecedor y liberador para ella. El resultado tuvo mucha repercusión y buena aceptación del público, y la hizo resurgir como figura.
Joan Didion había vuelto a echar mano de su capacidad para separar lo mental y lo emocional, ahora aplicada a un proceso propio. Había vuelto a tener un cuaderno, había vuelto a ver(se) lo suficiente y a tomar nota. Frente a la pérdida y el sinsentido, había encontrado las palabras necesarias. Y sin proponérselo, las había transmitido a otros.
“El pavo real blanco desplegó la cola. El órgano sonó. Ella llevaba jazmines de Madagascar blancos enhebrados en la gruesa trenza que le colgaba a la espalda. Se echó un velo de tul sobre la cabeza y los jazmines de Madagascar se soltaron y cayeron. La flor de plumería que tenía tatuada justo debajo del omóplato se le veía a través del tul. ‘Vamos allá’, susurró ella. Las niñas con guirnaldas de flores y vestidos de color claro fueron dando saltos por el pasillo de la iglesia y se acercaron por detrás de ella al altar elevado. Terminados todos los discursos, las niñas salieron detrás de ella por las puertas principales de la catedral y pasaron rodeando a los pavos reales (los dos pavos reales azules y verdes iridiscentes y el pavo real blanco) hasta la casa capitular. Allí había sándwiches de pepino y berro, una torta color durazno de Payardy champán rosado. Todo elegido por ella. Elecciones sentimentales, cosas que ella recordaba. Y yo también las recordaba”.
Unos meses antes de la muerte de John, Quintana se había casado. Estaba con su novio hacía poco tiempo, lo había conocido en un bar al que iba ocasionalmente. Sus padres estaban preocupados porque ella tomaba mucho. Vivieron el casamiento como un acontecimiento feliz, pero poco después vino la internación por neumonía.
Tras la partida de su marido, Joan esperó que Quintana estuviera mejor de salud para hacer el funeral. A continuación planearon ir a Los Ángeles y volver a Malibú, donde ella había crecido. Joan pensaba que eso podía hacerle bien. En su paso por el aeropuerto para concretar ese viaje, Quintana se cayó y se golpeó la cabeza. En principio pareció no tener nada, pero ese episodio la llevó de nuevo a terapia intensiva. A eso le siguieron dos años de rehabilitación, después de los cuales dejó de luchar. A pesar de que murió en agosto y Joan mandó el manuscrito en octubre, Quintana no aparece en El año del pensamiento mágico.
NOCHES AZULES
Joan pensó que la respuesta era mantenerse en movimiento. Se embarcó en una gira de promoción que la llevó por Nueva York, Boston, Dallas, Minneapolis, Washington, San Francisco, Los Ángeles, Denver, Seattle, Chicago y Toronto. “Desde varios puntos de aquel itinerario, en el curso del cual empecé a entender que el mero hecho de ir y venir de aeropuertos tal vez no bastara, que tal vez fuera necesario algún esfuerzo añadido, hablé por teléfono con Scott Rudin y acordamos que yo escribiría y él produciría y David Hare dirigiría una obra teatral con un solo personaje, destinada a Broadway, basada en El año del pensamiento mágico”.
Mientras preparaban la adaptación, se les hizo evidente que no podían omitir el hecho de que Quintana había muerto desde que el libro había sido escrito. Era necesario incluir algo sobre ella. Le pidieron a Joan que armara ese material. Didion había llegado a pesar treinta y cuatro kilos y sus compañeros de proyecto tenían un plan: darle un marco a su vida en ese momento tan duro y alimentarla. A Joan le fue muy difícil llevar adelante la tarea, pero lo hizo porque era trabajo y porque nunca había escrito una obra de teatro. Más tarde diría que de esa experiencia había aprendido el espíritu comunitario, en el que el público también estaba involucrado.
“Entre las diversas formas de no perder el empuje, aquella resultó ser mejor que la mayoría: recuerdo que todo el proceso me gustó bastante. Me gustaba la tranquilidad de las tardes entre bambalinas en compañía de los directores de escena y los electricistas. Me gustaba cómo los acomodadores se reunían abajo para recibir instrucciones justo antes del aviso de la media hora. Me gustaba la presencia de los vigilantes de la Shubert fuera, me gustaba el peso de la puerta de la entrada de artistas cuando yo la abría con el viento en contra por Shubert Alley, me gustaban los pasadizos secretos que iban y venían del escenario. Me gustaba que Amanda, que era quien controlaba la entrada de artistas por las noches, tuviera sobre su escritorio un molde con las galletas que hacía ella misma. Me gustaba que Laurie, que era quien gestionaba el boothpara la Shubert Organization y estaba haciendo su posgrado en literatura medieval, fuera nuestra autoridad suprema sobre unos versos de la obra que mencionaban a Gawain. Me gustaba el pollo frito y el pan de maíz y la ensalada de papas y las verduras que nos hacíamos traer del Piece o’Chicken, un restaurante de comida para llevar que había al lado de la Novena Avenida. Me gustaba la sopa de bolas matzó que comprábamos en la cafetería del hotel Edison. Me gustaba el sitio para sentarse que habíamos puesto entre bambalinas, la mesa improvisada con mantel a cuadros y una vela eléctrica y un menú que decía Café Didion”. Un tiempo después, cuando se terminaron el proceso de escritura, los encuentros de lectura del texto y las sesiones de ensayo, la obra se estrenó, con Vanessa Redgrave como protagonista.
Joan recuerda una charla que tuvo con Quintana en la que hablaron acerca de cómo había sido como mamá. Quintana había dicho “Lo hiciste bien, pero fuiste algo remota”. Didion no conoce a nadie que se sienta madre exitosa, ella tampoco. Después de su partida volvió a explorar con detalle el territorio del duelo, esta vez en relación a su hija. Una de sus conclusiones fue que ella había escuchado solo los bordes de lo que decía. Que le había sido más fácil y más grato concentrarse en el costado ameno y encantador de Quintana, y no le había prestado atención a sus zonas oscuras. Le costó mucho enfrentar su muerte y aceptar que su hija tenía más problemas de los que había reconocido. Sentía culpa: era adoptada; se la habían dado para cuidarla y ella había fallado.
De todo eso habla Blue nights(Noches azules), su último libro, publicado en 2011. De eso y de recuerdos cálidos, imágenes lindas, elecciones sentimentales y momentos compartidos. También habla del envejecimiento y de la fragilidad. Es, de alguna manera, el cierre del proceso que había empezado con la escritura de la obra. Es el libro de Quintana, el libro sobre el paso del tiempo, el que casi abandona, el que más le costó escribir.
SERPIENTES
John se despertaba a la mañana, prendía el fuego, le hacía el desayuno a Quintana y la llevaba a la escuela. Entonces Joan se levantaba, tomaba una Coca-Colay empezaba a trabajar. Cuando escribía tenía una rutina específica. Después de dedicar varias horas a producir, pasaba mucho tiempo cortando y editando sus textos. Al final de la jornada necesitaba un descanso para “despegarse” de las páginas. Se sentía cercana a su trabajo; sin un poco de distancia no podía hacer las modificaciones adecuadas. Al día siguiente, empezaba por darle una mirada al material del día anterior y hacía más ajustes. Cuando todo ese proceso terminaba, con el texto ya cerrado, tenía la necesidad de dormir en la misma habitación que el libro. Mientras estuviera cerca, decía, lo escrito no la abandonaba. Ésa es una de las razones por las que muchas veces volvía a Sacramento para darle fin a las cosas.
Antes y después de las pérdidas de sus seres queridos, se enfrentó a interminables problemas de salud. Vértigo, náuseas, trastornos del sistema nervioso que impedían que controlara sus movimientos, un diagnóstico poco certero en el que le hablaron de Esclerosis Múltiple, migrañas que la tenían en cama días enteros. “Lo que pasa es que por fin he aprendido a vivir con ellas, he aprendido cuándo esperarlas, he aprendido a ser más lista que ellas, e incluso a tratarlas, cuando llegan, más como a amigas que como a inquilinas. Hemos llegado a cierto acuerdo, mis migrañas y yo. Nunca me vienen cuando tengo problemas de verdad. (…) En cambio, me vienen cuando no estoy librando una guerra abierta con mi vida sino una guerrilla, durante esas semanas de pequeñas confusiones domésticas, de ropa perdida en la lavandería, de asistentas descontentas y de citas canceladas, o bien en los días en que el teléfono suena demasiado y yo no consigo trabajar y se levanta viento”.
Joan Didion es perfeccionista. Puede pasar una semana reescribiendo un solo párrafo. Cuando no logra avanzar con algún trabajo, toma el material sin terminar y -literalmente- lo mete en el frezeer hasta que puede retomarlo. Cree que la capacidad de pensar por uno mismo depende del dominio que se tenga del lenguaje, y le da mucha importancia al orden de las palabras. Quizás por eso no se siente una persona articulada a la hora de hablar. Está más cómoda con los tiempos de la escritura.
Fue protagonista de algunos de los años más ricos de la cultura y la contracultura norteamericanas. Su obra es también un relato geográfico de los Estados Unidos; Sacramento, Nueva York, San Francisco, Los Ángeles. Se mudó de Berkeley a Vogue, de la ficción a los ensayos de temática social, y de las crónicas políticas a la exploración del propio duelo. Escribió para Life,Esquire, The Saturday Evening Posty The New York Times. Fue la gran dama de la revista literaria The New York Review of Books. Y todo, ficción y no ficción, los temas propios y los prestados, pasaron a través de su lente y fueron plasmados con un mismo estilo inconfundible. Lúcido, directo, crudo y emotivo.
“La gente que toma notas en cuadernos íntimos es una especie distinta, gente solitaria y reticente que siempre está cambiando la disposición de las cosas, insatisfechos ansiosos, niños que sufrieron al nacer cierto presentimiento de pérdida”. La intuición de la muerte ya estaba en sus primeros textos. En un momento del documental Joan habla de las serpientes: “Siempre tuve la teoría de que si mantenés a la serpiente en tu campo visual, no te va a morder. Así es como me siento yo acerca de confrontar el dolor. Quiero saber dónde está”. Si examinás algo, le perdés el miedo. Si ves lo suficiente y tomás nota, también. Para Didion, escribir es una manera de acercarse a los propios sentimientos. Y a la vez, una forma de mantenerlos a raya.
LINKS
Joan Didion: The center will not hold(Joan Didion: El centro cede) LINK AL DOCUMENTAL DE NETFLIX
CITAS
Ficción
Según venga el juego(1970)
No ficción
Arrastrarse hacia Belén(1968) - “Arrastrarse hacia Belén”, “Sobre tener un cuaderno de notas”, “Adiós a todo aquello”
El álbum blanco(1979) - “El álbum blanco”, “En la cama”
El año del pensamiento mágico(2005)
Noches azules(2011)
Documental
Joan Didion: El centro cede(Griffin Dunne, USA, 2017)