Entrevista: Sara Facio / No había egos

T+F / Agustina Fernandez F/ Sara Facio

El gran amor de María Elena Walsh es una de las fotógrafas más reconocidas de la Argentina. Carga con su legado y los recuerdos, pero resulta que es experta en poner en valor la obra de otros porque a eso ha dedicado gran parte de su vida. Sobre peronismo, feminismo, fotografía y amor habla, Sara Facio a sus 86 años. 
 Acaba de terminar su gran muestra en el Malba sobre Perón, un registro documental que hizo entre 1972 y 1974 y que aún no había encontrado el momento político para mostrar. A Facio la consagra su obra, una vida de trabajo y compromiso, pero es cierto que merecía una exposición como ésta desde hacía ya un tiempo. Con ella se cerró el programa de artistas mujeres del Malba, dedicado desde 2015 a poner en valor la producción de artistas latinoamericanas y presentar nuevas miradas de sus producciones. Annemarie Heinrich, Teresa Burga, Claudia Andujar, Alicia Penalba y Mirtha Dermisache la precedieron con sus muestras monográficas. Finalmente, le tocó a Sara.
Sentada en su escritorio de la editorial fotográfica La Azotea, que fundó en 1973 con la guatemalteca María Cristina Orive para difundir y promocionar la obra de los mejores fotógrafos latinoamericanos, está asombrada por la repercusión de las 115 fotos que Ataúlfo Pérez Aznar, su amigo y el curador de la muestra del Malba, seleccionó. "El que tenía una fe loca era Ataúlfo. Pero como lo conecto mucho a él con la parte política, pensé que su entusiasmo iba por ese lado. Sin embargo, parece que la gente no lo tomó como algo político, sino como algo histórico, que es lo que a mi me interesaba. Porque lo hice primero como trabajo, pero cuando estuve metida en eso me di cuenta de que era la esencia de nuestra gente. Tuve conciencia de que iba a ser un momento histórico", explica.

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T/ Guchy Fernandez
F/ Gentileza de Penguin Random House


Banda de sonido recomendada para leer esta nota: Brahms (Silvina amaba sus Liebeslieder Waltzes). También le gustaban: Bessie Smith, Tina Turner, Gardel, Piazzola, Schumann y Chopin (así que si quieren pueden ir mechando).



Confesó que se sentía “el etcétera de la familia”. Ocurre que era la menor de seis hermanas, Victoria Ocampo a la cabeza. Y así como la mayor fue todo lo que estaba bien, Silvina, que también encontró su lugar en la escritura, se ubicó en los márgenes, en el cuarto de planchado, arriba del cedro de su mansión de verano donde esperaba a los mendigos para darles leche con nata, siempre en la sombra. Pero aquí no vamos a poner a Silvina en ese lugar en el que la mayoría la pone: el de la pobre desplazada contra su voluntad, opacada por su hermana y su gran amor, Adolfo Bioy Casares, incluso también por su amigo Borges. Ocurre que ella se sentía cómoda en la sombra, “soy íntima”, decía. Se escondía de la gente tras sus icónicos anteojos de marco blanco y vidrio templado o se tapaba la cara paras las fotos. No le gustaban las entrevistas, las fiestas, los homenajes, no hacía relaciones para beneficiarse, más bien al contrario: era ella la que beneficiaba a los demás con su mirada, su humanidad y sus excentricidades. Construyó una obra tan genuina como ella misma, que te seduce, te atrapa y te lleva a ese lugar oscuro que tanto disfrutaba.

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