María Elena Walsh / La voz de la infancia era feminista
T/ Agustina Fernandez I/ Sofia Noceti F/ Sara Facio
El cambio de paradigma que estamos viviendo respecto del rol de la mujer en la sociedad es histórico y universal. Poderosas voces de todo el mundo se elevaron, tras años de ser silenciadas, hicieron eco y finalmente fueron oídas. De un tiempo no muy lejano, una de ellas -fuerte y clara, dulce e imposible de no reconocer- fue la de María Elena Walsh, que maduró en el inconsciente colectivo de varias generaciones de argentinos, enseñándonos -entre otras tantas cosas maravillosas- que todos somos iguales.
A muchos, sus canciones nos llevan directo a la infancia. Tardes perfumadas de bizcochuelos que tenían como única banda de sonido su poesía hecha a mano. El reino del revés, Manuelita, Canción del jardinero… María Elena nos hablaba del exilio, de la valentía de jugársela por un amor o un sueño, del mundo, de política, de historia, de derechos humanos a través de la magia del nonsense… Ya ella, hace muchos años, primero se indignaba y luego escribía para desenquistar estereotipos retrógrados, la cultura patriarcal que padeció desde su infancia.
Sus cuentos o sus canciones no eran de princesas para nenas o de súper héroes para varones. No, sus creaciones eran unisex y giraban alrededor de temas universales. Entonces, clarito y simple, ella te contaba el mundo en poesías, con las más bellas metáforas; y te preparaba para arreglártelas en él. Afortunados los niños que crecimos con su obra, que tuvimos la gloria de asistir al florecimiento al que esta mujer llevó a la literatura infantil, que antes de ella nadie se tomaba en serio. Si dudas, le debemos una sensibilidad especial.
Aunque muchos no lo sepan, María Elena Walsh también escribió y cantó para grandes. Ahí, también con mucha gracia pero con menos metáforas, bajaba línea a loco. Se dio el lujo de ser una crítica despiadada de todo aquel que pisara el palito de la corrupción, la violencia, la discriminación, el abuso de poder, la negligencia, el machismo o cualquier otro mal humano. Ella era una intransigente nata, por lo que jamás le cabía el retruco.
Dedicó su vida a su carrera, su música y sus letras la llevaron por el mundo. Valoraba la libertad por sobre todas las cosas. No tuvo hijos porque no quiso, pero solía decir que su obra tenía valor filial por lo que le había costado parirla. Incluso, odiaba que la identificasen con la figura de la tía, algo que le sucedía a menudo. En tal caso, prefería ser madre.
Fue una mujer independiente y valiente, que sin bien no hizo de su vida amorosa un tema público -very british ella, no ventilaba intimidades- sí se animó a compartir más de treinta años con una mujer a la que amaba: la fotógrafa Sara Facio. Pero no fue hasta su vejez que lo oficializó, cuando puso en palabras aquel amor en su última autobiografía, Fantasmas en el parque.
Gata Flora quiere homenajear a María Elena Walsh donde sea que esté, porque se lo merece, porque es necesario que más gente sepa todo lo que hizo; porque sí, increíblemente fue más cosas que la mejor cantautora para niños y mantuvo el mismo nivel de excelencia en todas ellas. No cualquiera inspira una fundación que lleva su nombre o atrae postmortem la codiciada atención de Netflix, la máquina de contenidos más eficiente del mundo, que a ocho años de su muerte le rindió un homenaje cuando musicalizó con El reino del revés el lanzamiento de la segunda temporada de Stranger Things. Ni hablar de todo lo que ha hecho esta mujer juglar por nuestra infancia, nuestra cultura e idiosincrasia.
Nos preguntamos: ¿Qué hubiese dicho de este florecer del feminismo que tanto le costó defender en tiempos en los que directamente no había ni aire ni papel para dedicarle al tema? ¿Cuánto hubiese aportado su voz a la lucha por la despenalización del aborto? ¿Qué poesía le hubiese inspirado el #8M, el #metoo o el #niunamenos? Lo imaginamos, pero no lo sabemos. Sin embargo, sí podemos afirmar que algo -o mucho- tuvo que ver su dulce voz en la educación en el feminismo (o humanismo) de tantos niñas y niños, que hoy son hombres y mujeres.
(SIGUE EN LA REVISSTA)
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Banda de sonido recomendada para leer esta nota: Brahms (Silvina amaba sus Liebeslieder Waltzes). También le gustaban: Bessie Smith, Tina Turner, Gardel, Piazzola, Schumann y Chopin (así que si quieren pueden ir mechando).
Confesó que se sentía “el etcétera de la familia”. Ocurre que era la menor de seis hermanas, Victoria Ocampo a la cabeza. Y así como la mayor fue todo lo que estaba bien, Silvina, que también encontró su lugar en la escritura, se ubicó en los márgenes, en el cuarto de planchado, arriba del cedro de su mansión de verano donde esperaba a los mendigos para darles leche con nata, siempre en la sombra. Pero aquí no vamos a poner a Silvina en ese lugar en el que la mayoría la pone: el de la pobre desplazada contra su voluntad, opacada por su hermana y su gran amor, Adolfo Bioy Casares, incluso también por su amigo Borges. Ocurre que ella se sentía cómoda en la sombra, “soy íntima”, decía. Se escondía de la gente tras sus icónicos anteojos de marco blanco y vidrio templado o se tapaba la cara paras las fotos. No le gustaban las entrevistas, las fiestas, los homenajes, no hacía relaciones para beneficiarse, más bien al contrario: era ella la que beneficiaba a los demás con su mirada, su humanidad y sus excentricidades. Construyó una obra tan genuina como ella misma, que te seduce, te atrapa y te lleva a ese lugar oscuro que tanto disfrutaba.
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