En vida, Vivian Maier (1926-2009) fue una niñera que en su tiempo libre salía a caminar por las calles de Chicago y le sacaba fotos a la gente que le llamaba la atención con su Rolleiflex de formato medio. Su mirada, atenta y sutil, captó escenas sublimes frente a las que la mayoría de las veces pasaba desapercibida gracias a la ubicación del visor de su cámara.
Cultora del autorretrato, cada vez que se veía reflejada en un vidrio, en el agua, en su sombra, en un espejo o donde fuese, accionaba el obturador. Sacó muchísimas fotos de sí misma sesenta años antes del boom de las selfies, pero además viajaba sola a destinos exóticos como Tailandia o Egipto, se vestía al estilo oversized y era feminista.
Sus biografías dicen que jamás se consideró fotógrafa, pero en 2007 un historiador también de Chicago, John Maloof, compró en una subasta cien mil negativos de Maier, y a medida que se fueron revelando apareció la fotógrafa cuya obra, ahora calculada en doscientas mil fotos, ya se compara con la de André Kertész, Lisette Model y hasta Henri-Cartier-Bresson.