SILVINA OCAMPO: Buscar la sombra

T/ Guchy Fernandez
F/ Gentileza de Penguin Random House


Banda de sonido recomendada para leer esta nota: Brahms (Silvina amaba sus Liebeslieder Waltzes). También le gustaban: Bessie Smith, Tina Turner, Gardel, Piazzola, Schumann y Chopin (así que si quieren pueden ir mechando).



Confesó que se sentía “el etcétera de la familia”. Ocurre que era la menor de seis hermanas, Victoria Ocampo a la cabeza. Y así como la mayor fue todo lo que estaba bien, Silvina, que también encontró su lugar en la escritura, se ubicó en los márgenes, en el cuarto de planchado, arriba del cedro de su mansión de verano donde esperaba a los mendigos para darles leche con nata, siempre en la sombra. Pero aquí no vamos a poner a Silvina en ese lugar en el que la mayoría la pone: el de la pobre desplazada contra su voluntad, opacada por su hermana y su gran amor, Adolfo Bioy Casares, incluso también por su amigo Borges. Ocurre que ella se sentía cómoda en la sombra, “soy íntima”, decía. Se escondía de la gente tras sus icónicos anteojos de marco blanco y vidrio templado o se tapaba la cara paras las fotos. No le gustaban las entrevistas, las fiestas, los homenajes, no hacía relaciones para beneficiarse, más bien al contrario: era ella la que beneficiaba a los demás con su mirada, su humanidad y sus excentricidades. Construyó una obra tan genuina como ella misma, que te seduce, te atrapa y te lleva a ese lugar oscuro que tanto disfrutaba.

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No quiero ser única ni distinta, quiero desaparecer como desaparece una nube de colores brillantes cuando termina el día o se prepara para una tempestad que vencerá el mundo y examinará la cara de los hombres con indiferencia.
Silvina Ocampo, La Nave

“Silvina Inocencia Ocampo (Buenos Aires 28 de julio de 1903 - 14 de diciembre de 1993) fue una escritora, cuentista y poeta argentina. Su primer libro fue Viaje olvidado (1937) y el último Las repeticiones, publicado póstumamente en 2006. Durante gran parte de su vida, su figura fue opacada por las de su hermana Victoria, su esposo, Adolfo Bioy Casares, y su amigo Jorge Luis Borges, pero con el tiempo su obra ha sido reconocida y pasó a ser considerada una autora fundamental de la literatura argentina del siglo XX.
Antes de consolidarse como escritora, Ocampo fue artista plástica. Estudió pintura y dibujo en París donde conoció, en 1920, a Fernand Léger y Giorgio de Chirico, precursores del surrealismo”. Así resume Wikipedia quién fue Silvina Ocampo: una figura en relación a las celebridades que la rodeaban, que casualmente eran sus seres más queridos; alguien que, al parecer, además, tenía mucho talento que fue descubierto post mortem. Punto. Entonces, quien no ha leído su obra ni sabe nada del personaje, se imagina a una mujer frustrada en sus deseos de trascender. Como si no cupiese más lugar en su entorno para otro genio. O como si ella hubiese tomado la decisión de abocarse al bienestar de su marido para ayudarlo a hacer su gran carrera. Entonces, la pregunta es: ¿no cabía la posibilidad de que tuviese perfil bajo? Quizá de una interpretación más fundamentada en su obra o en el testimonio de quienes la conocieron, saldría esta hipótesis: Silvina no fue una mujer opacada. Simplemente no elegía el brillo.
Afortunadamente, una nueva generación la está rescatando. El mejor ejemplo es la biografía de la periodista y escritora Mariana Enriquez, La hermana menor, quizá su mejor retrato. Por las múltiples voces que la cuentan y la permanente actitud crítica de Enriquez frente a ciertos datos que se contradicen, incluso ante algunos rumores que logra aclarar.
Sin embargo, hay que reconocer que además de tener la suerte de pegar a Mariana Enriquez como biógrafa, Silvina Ocampo pasó a la historia por el valor de su obra, lo que no se discute, a diferencia del mote de “opacada”. Desde Gata Flora vamos a intentar contar aquí algo de su cinematográfica vida y de cómo era ella realmente. A ver si ayudamos, más ahora en tiempos de sororidad, a construir un perfil de Silvina Ocampo que sea lo más fiel posible, o al menos en relación a sus deseos y no a partir de los de los demás.

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Olor a infancia

¿Por qué no dormiré?
Porque en la oscuridad
hay ubicuos ejércitos
que llegan de mi infancia.
Silvina Ocampo,
Le hablo al sueño


Primero vino Victoria, luego Angélica, la siguieron Francisca, Rosa y Clara María. Finalmente llegó Silvina, la sexta hija de Manuel Silvio Cecilio Ocampo y Ramona Aguirre Herrera. Eran ricos y aristocráticos, y Silvina los agarró cansados, así que prácticamente fue criada por la servidumbre en el último piso de la mansión de la calle Viamonte o de la Villa Ocampo, durante los veranos en San Isidro.
Existe un documental de la directora Lucrecia Martel, realmente difícil de conseguir, que tiene un título muy atinado, Las dependencias, y que se construye a partir de los testimonios de sus empleadas domésticas, además de sus amigos y su pareja. Silvina dependió toda su vida de quienes la cuidaban y la amaban. Y allí están todos, en su obra: las niñeras, las planchadoras, los jardineros, las institutrices, las costureras, los cocineros... Los amaba tanto como a los pobres (“A mi familia le parecía muy mal que yo tuviera esas amistades. Tenía miedo de que me robaran algo, de que me contagiaran alguna enfermedad”).
Cuando Silvina tenía seis años murió su hermana Clara, de once. Y su infancia se nubló (“creo que ahí empezó mi odio a la sociabilidad”). En Viaje Olvidado, su primer libro de cuentos, que publicó en 1937, a sus treinta y siete años, vuelven a ella muchos de los recuerdos de su infancia, y ya asoman allí indicios de una obra cargada de niños viejos (“la cabeza de mi infancia fue siempre una cabeza blanca de viejita”), animales, árboles (“hasta el cedro donde vivían en una especie de cueva, entre las ramas, a la hora de la siesta, para siempre”), flores, sutilezas, (“planchaba sin mirar la ropa, mirando las bocas de sus hijos”), glotonería, precocidad sexual, abusadores (“no quise ver nada y me encerré en el cuartito oscuro de mis dos manos”), barcos, amor, muertes prematuras, maternidades frustradas, celos, venganza (“para vengarme de las infidelidades, tal vez inexistentes, de mi marido, yo me sentía capaz de hacer cualquier cosa”), clarividencia, el mar (Silvina hizo muchos viajes a Europa y a Estados Unidos y nunca se subió a un avión, así que tenía el mar bien contemplado arriba de esos transatlánticos de lujo en los que viajaba)…
“Impensada e inadvertidamente, la escritura de Viaje olvidado se resolvió no solo al margen del ideal de escribir bien que caracterizó al humanismo literario de Sur, sino que también al imperativo de construir tramas perfectas, que definió el formalismo borgeano”, escribió Judith Podlubne en Escritores de Sur. Silvina siempre fue difícil de etiquetar y eso puso muy nerviosos a sus contemporáneos. Especialmente a su hermana mayor.
Victoria se encargó de la primera reseña del libro de Viaje olvidado en su revista Sur. Lo que constituía un desafío para una mujer tan intransigente, no podía caer en el nepotismo. Y, como dice Enriquez en La hermana menor la reseña es “inteligente, aunque punzante”. Victoria no reconoce ni a su hermana ni a su escritura, le parece extravagante. “Me encontré por primera vez con un fenómeno singular y significativo -escribió-: la aparición de una persona disfrazada de sí misma”. Y Silvina se enojó.
Su relación fue siempre compleja, y está repleta de momentos de enfrentamiento, como cuando Victoria se llevó a Fanny, la niñera de Silvina, a su luna de miel. O cuando le dio el manuscrito de Viaje olvidado a Victoria y ésta lo perdió. Ni hablar de cuando apareció Bioy, los cuñados no se soportaban (“Victoria ofrecía amistad y protección a cambio de acatamiento”, escribió él en Descanso de caminantes). Otra vez, Silvina se llevó a Genca, una sobrina de ambas a un viaje con Bioy y desató la furia de Victoria. Genca era amante de Bioy y se dijo que también de Silvina, algo que jamás se comprobó. Lo que es cierto es que aquella mujer constituye un capítulo cinematográfico aparte en la vida de las Ocampo y los Bioy. Jovita, la histórica ama de llaves -fan número uno de Bioy-, lo cuenta con bastantes detalles y absoluta subjetividad en Los Bioy, entrevistada por Silvia Renée Arias.
O sea, que las hermanas se la pasaban tironeándose. Sin embargo, cuando todos los días la mayor la llamaba desde Villa Victoria para tomar el té juntas, durante aquellos veranos en Mar del Plata, Silvina cruzaba.
Todas las Ocampo tuvieron una formación impresionante, con tres institutrices, una francesa y dos inglesas, un profesor de español y otro de italiano. Esta condición multilingüe aparece en la obra de Silvina y, según recuerdan algunos en su oralidad. Pero no con aires de esnobismo, como sucedía con Victoria. Silvina escribía coloquial, como realmente hablaban sus personajes. Noemí Ulla, escritora, amiga y gran conocedora de su obra, le dijo al respecto a Enríquez: “Con Cortázar, son los dos que iniciaron y aceptaron la lengua más sensible en lo coloquial. Pasa que a Cortázar lo conocían más, entonces la actualización del idioma, la oralidad, se la atribuyeron a él. No se reparaba demasiado en Silvina porque no se la leía tanto”.
Además, Silvina era íntima amiga de Manuel Puig, otro gran precursor de la lengua coloquial en la literatura. Salían juntos de paseo, en busca de sus personajes. Se influenciaron mucho. “¿A dónde se metía esta mujer, con quiénes hablaba, para manejar con tanta ironía y con tanta precisión los lugares comunes, la charla irreflexiva, y el habla de una clase que no era la suya y con la que apenas se rozaba en la vida cotidiana?”, se pregunta Mariana Enríquez sin relacionarla con ningún hombre que justifique y autorice su actitud rupturista y original.
Pero nos estamos adelantando. Porque de chica, Silvina no escribía más allá de sus estudios o cartas, dibujaba. Y su familia la incentivó al punto de que su primera vocación fue de artista. Cuando cumplió veintiséis se fue a estudiar a París pintura, diseño y dibujo. Allí se unió al “grupo de París”, de jóvenes pintores compatriotas que andaban por esos pagos. Eran Nora Borges (sí, la hermana), Xul Solar, Horacio Butler, Petit de Murat y otros. Silvina buscaba un maestro. Fue a ver a Picasso, pero él no la aceptó. Y terminó tomando clases con De Chirico y Fernand Léger. “De ese tiempo que pasó en París, pintando a las lánguidas chicas desnudas, ella nunca habló demasiado -dice Mariana Enriquez-. Es posible reconstruir un poco de esos días con testimonios de otros”. ¿Quiénes eran esos otros? Antonio Berni, Spilimbergo, Raquel Forner, Marechal, Oliverio Girondo. Antes de volverse a Buenos Aires, junto a otros veintipico de artistas, firmaron una carta abierta que titularon Manifiesto, dirigida al que era el director del Museo Nacional de Bellas Artes, quien se había expresado en contra del arte moderno.
En cada casa que vivió tuvo su atelier. Solía citar gente para retratar, o lo hacía como regalo para amigos y conocidos. Pero pronto, la escritora se comió a la artista.
Jamás, en ninguna de sus dos facetas, trabajó por dinero. Era rica, no lo necesitaba. Tampoco hizo nada en pos de fama, era íntima, no la disfrutaba.


Monstruo de tres cabezas

“Sucedió en la oscuridad, la oscuridad de la sombra, cuando deslumbraba el sol”,
le dijo Silvina a la periodista y escritora María Moreno sobre cómo había conocido a Adolfo Bioy Casares.


La segunda historia de amor -ninguna confirmada por ella- con otra mujer, se le atribuye a Marta Casares, la madre de Adolfo Bioy. Eran amigas, sus familias pertenecían a la misma clase y eso las cruzaba. Marta le presentó a Silvina a su hijo once años menor como “la más inteligente de las Ocampo”, según el filósofo y sociólogo, Juan José Sebreli, en su Historia secreta de los homosexuales en Buenos Aires, “para tenerla a mano con una excusa verosímil”. Sin embargo, cuando Martel le preguntó a Adolfo sobre el día que la conoció en Las dependencias, él dijo: “Silvina vivía en este departamento -de la calle Posadas- con su madre. En cuanto la vi a Silvina me enamoré. Fue un flechazo. Ella tenía un estudio en el piso superior y me invitó a subir para hablar más tranquilos. Yo me sentía tan atraído por ella que, sin haber cambiado muchas palabras, allí mismo en el ascensor la abracé y la besé. Me aceptó desde ese momento. Lo que fue un gran disgusto para mis padres, que me querían casado con una señorita de mi misma edad o un poco menor”.
Estuvieron toda su vida juntos. A pesar de que él le era infiel permanentemente. ¿Ella dependía de él? ¿él de ella? Lo cierto es que se amaron. “Bioy era un hombre maravilloso, algo fuera de lo común, guapísimo, guapísimo -esta es Jovita, la empleada doméstica de ambos, en Los Bioy-. No había siquiera un artista de cine que lo superara en belleza. Esos ojos celestes, ese pelo rubio, y siempre al descuido…”. Está claro que era un seductor y Silvina moría por él, así como recuerda Jova -como ella le decía-: “Daría todo lo que tengo, me gustaría ser pobre como vos, estar zurciéndole las medias, esperándolo con la sopa, no tener nada, nada, a cambio de que él fuera nada más que para mi”.
Ya de novios, en 1934 se fueron a vivir a Rincón Viejo, la estancia de él en la localidad de Pardo, Las Flores, en la provincia de Buenos Aires. No era muy común que una señorita de la clase alta se fuera vivir con su novio antes de casarse, pero ya sabemos que Silvina era “el etcétera de la familia”. Los Bioy Casares tampoco tenían mucho poder sobre su hijo, querían que administrase el campo, pero él prefirió ser escritor, lo que al principio le costó. Publicó desde 1929 algunas obras de relatos, cuentos y hasta una novela con ilustraciones de Silvina. Pero su consagración no llegó hasta 1940 con La invención de Morel. Y ese mismo año se casaron.
Hay una foto del día del civil, el 15 de enero, donde están ellos dos sentados abajo: Silvina de vestido corto blanco, los labios pintados, los ojos claros, cargados de triunfo; Bioy, tan hermoso como todos lo recuerdan, vestido muy elegantemente; y arriba los tres testigos, Borges, Enrique Drago Mitre, amigo de la infancia de Adolfo y Oscar Pardo, administrador del campo.
También se casaron por iglesia, una de las hermanas de Silvina fue la madrina, Angélica. A las otras, les mandó un telegrama: “Caséme con Adolfito. Besos. Silvina”.
En sus Memorias, Bioy asegura que fue en Rincón Viejo donde Silvina se alejó del dibujo y se puso a escribir. Aquella estancia fue un lugar fundante para ambos, incluso para Borges, que hizo su primer trabajo en dupla con su amigo, un folleto publicitario de leche y yogurt para La Martona, empresa de los Bioy.
Mariana Enriquez destaca en La hermana menor otros datos interesantes de Silvina durante su estancia permanente en Pardo, como que escribía cartas que firmaba como “Sin”, que es “pecado” en inglés; que amaba el campo y a los perros. Incluso se fue hasta allá a entrevistar gente que la conocía. “Era muy callada”, le dijo alguno.
Y cuando los flamantes Bioy se fueron a vivir a la Capital, se instalaron en Santa Fe 2606, en un edificio de diez pisos de los Ocampo. Según recuerda Jovita en su libro, en la planta baja había una tienda, en el primer piso una pileta de natación para Silvina, y el matrimonio ocupaba del sexto al décimo piso, donde había una terraza con pasto inglés.
Borges era parte de aquel matrimonio. No se puede decir que conformaban un trío, sino más bien una dupla de amigos junto la chica de uno de ellos. Jorge Luis cenó diariamente con ellos cuando vivían en la calle Santa Fe, después en Posadas, incluso durante los viajes a Pardo y a Villa Silvina, en Mar del Plata. Mariana Enriquez opina al respecto en su biografía de Silvina: “en el plan de Borges de ocupar el espacio central de la literatura argentina, entonces ocupado por corrientes, estilos y tendencias que, por distintos motivos, no le gustaban, Bioy y Silvina eran importantísimos. No es que la amistad fuera solo instrumental. El afecto sincero, la dependencia incluso, son absolutamente evidentes en ese monstruo de tres cabezas que constituían Borges, Silvina y Bioy”.
Mucha gente fue testigo de esas cenas. Juan José Hernández, poeta y escritor, recordó en Las dependencias: “Bioy se limitaba a hacer una pregunta a Borges; Silvina guardaba silencio, un poco por higiene (para que no le entrara aire en la boca, decía) y otro poco por comodidad. Borges hablaba sin parar”. Y fue por algo más jugoso: “También influía la misoginia de Borges, que no admiraba sin reservas a ninguna escritora. Ni Virginia Woolf se salvaba”.
También Jovita recuerda aquellas noches en Los Bioy, cuando Borges y “el señor” escribían hasta muy tarde. “Se reían a carcajadas. Silvina se despertaba a causa de ello y decía: ‘Pero qué estúpidos estos dos, por qué no se dejarán de jorobar, parecen dos idiotas’”.
Silvina lo quería a Borges, alguna vez dijo que cenar con él era una de las costumbres más agradables de su vida. Y él también a ella. Declaró y escribió bastante sobre Silvina, como una vez que le dijo a su amigo mientras la miraba: “Es una de las mejores personas que existen”, o “Yo sospecho que para Silvina Ocampo, Silvina Ocampo es una de las tantas personas con las que tiene que alternar durante su residencia en la tierra”.
Otro capítulo de su vida con Bioy fue Marta, la hija. La trajeron de uno de sus frecuentes viajes a Europa, en 1954, cuando se mudaron al edifico de Posadas (tan magnífico como el de Santa Fe, tenía veintidós habitaciones y había sido construido por el arquitecto Alejandro Bustillo). Silvina no podía tener hijos, tampoco hay registro de un deseo de ser madre ni en su obra ni entre sus allegados. Sin embargo, Bioy quería y lo resolvieron así: le propusieron a una de sus amantes, María Teresa, ser la madre y entregarles el bebé. Marta nació en Estados Unidos pero los trámites de adopción se hicieron en Pau, sur de Francia, a donde la fueron a buscar Silvina y Adolfo. Desde allá, durante su primera convivencia con la nena, Silvina le escribió a su hermana Angélica: “No encontramos niñera… Hace un siglo que no lavo mi ropa y muchos días que no me baño porque no hay tiempo -y hay un solo baño-. Estoy horrible y temo que mi organismo se haya acostumbrado. Tengo el pelo color ratón y áspero, la cara medio colorada, las manos paspadas, todo perfeccionado por mi fealdad habitual. El apuro en que vivo me enloquece. No tengo ni un minuto para dedicarme a la contemplación de nada ni de nadie. Es horrible”.
En Buenos Aires, según cuenta Jovita, Silvina fue una madre sobreprotectora y miedosa. María Teresa siempre estuvo presente en la vida de Marta y a sus once años le dijeron la verdad. Cuando a sus diecinueve Marta quedó embarazada, Silvina y Bioy se la llevaron a parir a Europa. Vivieron todos juntos en el edificio de Posadas. Marta tuvo más hijos, y Silvina fue una abuela presente. Miraba mucha televisión con ellos, le encantaba. Durante esa época escribió literatura infantil. Pero el destino de la pobre Marta fue una muerte prematura, y murió atropellada veinte días después que Silvina.



Una literatura que no se parece a nadie

“Pensar nos recrea o nos ultima. Crear nos salva”.
Silvina Ocampo,
Ejércitos de la oscuridad

Silvina Ocampo escribía breve. Mucho pero breve. Sobretodo cuentos y poesía. Sus temas eran los universales: el amor, la muerte, el tiempo… Aunque también se animó a abordar sentimientos oscuros como los celos, la venganza, el abuso, la violencia, el suicidio. Pero, si hay que generalizar para acotar el complejo universo de su obra, mucho gira en torno de: la infancia, usaba bastante el punto de vista infantil, aunque en una versión muy suya, cargada de perversidad y constante relación con la vejez; la reflexividad, los elementos temáticos en relación con el yo y el otro, representados a través de objetos como los espejos, la luz, objetos de vidrio, y los relojes; Silvina reflexionaba en su obra mucho sobre la identidad y la alteridad, y pegado a eso también sobre la metamorfosis.
Su segundo libro, Autobiografía de Irene, lo publicó en 1948, once años después de Viaje olvidado, a sus cuarenta y siete años. Era la misma, pero se había complejizado. La influencia de Bioy y de Borges era evidente, ya habían escrito juntos la Antología de la literatura fantástica. Se tornó más profunda y abstracta, incluso más filosófica. Sus cuentos se volvieron más largos y su vocabulario impresionante. Pero su estilo seguía siendo el mismo. Su voz no perdía el color original, al contrario, se intensificaba.
En 1958 publicó La furia, su libro más conocido, el que se suele identificar como el más ocampiano. “Son cuentos sutilmente crueles -dice Pedro Mairal en el capítulo dedicado a Silvina Ocampo de su ciclo Impreso en Argentina, transmitido en Canal Encuentro- que suceden en jardines y casas cerradas donde hay niños y mujeres que protagonizan o presencian tragedias casi sin inmutarse”.
De este libro es el cuento que les compartimos, Las fotografías, en el que Silvina cuenta el festejo del cumpleaños de Adriana, una nena que quedó paralítica y hace su primera salida del hospital después de un accidente. Con la llegada del fotógrafo a la casa, los invitados se desesperan para posar con ella en cada foto. “Bajo la alegría de la fiesta se oculta la crueldad de no percibir el sufrimiento de la niña convaleciente; la situación grotesca está contada por una chica que asiste a la fiesta y está preocupada por otro motivo superficial: una tal Humberta le quiere robar el novio. Pareciera que cada foto le fuera sacando el alma a Adriana. No es casual que el apellido del fotógrafo sea Spirito”, explica la voz en off de Marial.
Mimoso es otro cuento de La Furia que la representa bastante, aquí se ven bien claros dos de sus grandes recursos: el lenguaje coloquial rioplatense de clase media baja y la fascinación por la perversión. Mimoso es el perro de Mercedes. “Con una cucharita le daba leche, jugo de frutas y té”. Y cuando el perro muere lo embalsama. Así empieza el cuento, que se pone heavy, como cuando Mercedes grita “no impedirás que sueñe con él”.
Las invitadas, 1961, también es ocampiano, así como las obras que siguió publicando. No hay que ser un experto para reconocer a Silvina Ocampo en un cuento. En La hija del toro, por ejemplo, aparece su impronta en cada rincón: el punto de vista de una nena de siete años, la relación de ella con un peón del campo familiar, un juego demoníaco, la perversión, cierto desprecio por la propia familia, los niños -viejos- libres a la merced del peligro (acá su obra se cruza con la de Lucrecia Martel). O Anillo de humo, otro cuento de Las invitadas, cuando dice: “ese prestigio que le daba la pobreza”. Y en Isis, donde una nena se transforma en un animal que miraba desde su ventana. Los amantes: aquí aparece un fragmento de diálogo interior de uno de los personajes que la emparenta con Virginia Woolf y esa glotonería kitsch que también es muy suya. Hablando de las tortas que piden los amantes, vuela: “Una parecía el monumento de los españoles, con penachos de crema abigarrados y frutas abrillantadas, formando flores; otra, parecía un encaje, era misteriosa y muy negra, con adornos lustrosos de chocolate y de merengue amarillo, salpicado de grageas”.
Hay mucha Silvina Ocampo en Las invitadas: “Ser pobre, andar descalza, comer fruta verde, vivir en una choza con la mitad del techo roto. Pero nunca podré ambicionar esa suerte. Siempre estaré bien peinada y con estos horribles zapatos y estas medias cortas. La riqueza es como una coraza que Miss Fielding admira y yo detesto”, Icera. “En la enorme casa donde vivías (de cuyas ventanas se divisaba más de una iglesia, más de un almacén, el río con barcos, a veces procesiones de tranvías o de victorias de plaza y el reloj de los ingleses), el último piso estaba destinado a la pureza y a la esclavitud: a la infancia y a la servidumbre”, El pecado mortal.
Algunos le criticaron que su fascinación por los pobres se contradecía con su antiperonismo, que no fue tan ferviente como el de su hermana mayor, porque Silvina no se involucraba en política, le era ajena. Sin embargo, escribió algún poema antiperonista y era famoso su miedo al secuestro de Bioy en la década del setenta.
Silvina produjo mucho, escribió casi hasta su muerte. Los primeros síntomas de su alzhéimer empezaron en 1985 -según le contó el traductor Ernesto Montequin a Enriquez, además es quien hoy custodia el legado de Silvina Ocampo- en 1989 ya había perdido por completo la conciencia. Cornelia frente al espejo lo escribió atravesando la enfermedad, y se lo considera un libro sobre la vejez. “Quisiera escribir un libro sobre nada”, dice al final de Anotaciones.
Su último tiempo de vida fue fatal. Estaba enojada con Bioy porque le había puesto enfermeras donde vivían. Silvina las odiaba. Y dejó de hablarle a su marido. Literalmente. Él, según recuerda Jovita, le rogaba un beso cuando se despertaba de sus noches de amantes. Siempre durmieron en cuartos separados.
Murió el 14 de diciembre de 1993. Hugo Beccacece, escritor argentino que ha escrito bastante sobre Silvina, publicó en La Nación: “Todos los seres humanos son irrepetibles, pero los que la conocieron y la admiraron saben que ella lo fue en grado sumo. Ha sido una de las mujeres más fascinantes de la Argentina, la verdadera reina de la gracia y la poesía”.
Su obra fue valorada seriamente recién luego de su muerte. Desafió la estética de su época y por eso fue pospuesta. El misterio y la irreverencia que cultivó hicieron de su figura una no tan fácil de descubrir.


Ella es muy original
(Decía Bioy)


Silvina era miedosa, insegura, celosa, inútil para lo doméstico, seductora, divertida, desconcertante, cruel, original, dueña de una gran imaginación, manipuladora, vengativa, surrealista, oscura, inteligentísima, infantil, rica, pobre, desclasada, malísima para cocinar, talentosa para escribir, ansiosa, demandante, dependiente, gangosa, buena para dibujar, clarividente, avara, hipocondríaca, dramática, sensible, perspicaz, paranoica, cruel, desopilante… “Toda esa complejidad Silvina la transformó en literatura”, dijo Montequin.
Era de esas personas con las que cualquiera quería tener una historia para contar, una anécdota. La poeta Alejandra Pizarnik se le enamoró profundamente, ella es la tercera historia de amor homosexual que se le atribuye, pero que tampoco ha sido confirmada. La periodista y escritora María Moreno, también. Silvina seducía a diestra y siniestra, pero no hay pruebas de otro amor que no sea Bioy. Era totalmente open mind, tenía muchos amigos gay, y se consideraba una mujer libre. Sin embargo, su postura frente al feminismo siempre se comparó con la ferviente militancia de su hermana como un punto a favor de la mayor. Ocurre que cuando la consultaban sobre el voto femenino o sobre la igualdad de género, Silvina se mostraba superada, como si esa cuestión le fuese ajena y ella estuviese por encima de aquella de injusticia. “No me gusta la posición que adoptan porque me parece que se perjudican, es como si pretendieran ser menos de lo que son”, le dijo a Noemí Ulla. Sin embargo, hay otro testimonio que ofrece Enriquez en La hermana menor, que resulta interesante al respecto. Se trata del de la escritora Esther Cross, que conoció a Silvina en su vejez y trabajó en libros de conversaciones sobre Bioy. Ella recordó que María Luisa Bemberg, directora de cine y amiga de Victoria contó que ésta se avergonzaba porque su hermana no militaba en el feminismo. “Silvina es una pelotuda”, decía. Pero Cross pensaba lo contrario: “las pelotudas eran obviamente ellas dos. ¡Más feminista y hippie que Silvina Ocampo no hubo ni habrá! Lo que no se bancaba es que hacía la suya. En todo hacía la suya. Como escribía y cómo vivía. No podían agarrarla”.
“Conozco pocas personas capaces de hacer algo importante que no sea para satisfacer repentinamente la vanidad que fue, en algún momento, modestia”, escribió en Ejércitos de la oscuridad Silvina. ¿Se consideraría ella una de esas pocas personas? Ernesto Montequin, en la nota de preliminar de Ejércitos de la oscuridad, destaca algo fundamental para quien quiera conocerla: “Quizá por discreción, por recelo instintivo hacia el ‘odioso yo’ que exigen las convenciones autobiográficas, Silvina Ocampo no llevó sostenidamente un diario íntimo ni escribió un libro de memorias. Prefirió, en todo caso, dispersar en sus obras una imagen de sí misma”.

Fuentes:
Obra de Silvina Ocampo
ENRIQUEZ, Mariana, La hermana menor, Anagrama, 2018
IGLESIAS, Jovita y ARIAS, Silvia Renée, Los Bioy, Tusquets, 2002

Links:
Para leerla: Las fotografías, cuento de La Furia (1959). Gentileza de Grupo Planeta.

Su obra:
Cuentos
(1937). Viaje olvidado. Buenos Aires: Sur.
(1948). Autobiografía de Irene. Buenos Aires: Sur.
(1959). La furia y otros cuentos. Buenos Aires: Sur.
(1961). Las invitadas. Buenos Aires: Losada.
(1970). Los días de la noche. Buenos Aires: Sudamericana.
(1987). Y así sucesivamente. Barcelona: Tusquets.
(1988). Cornelia frente al espejo. Barcelona: Tusquets.
(2006). Las repeticiones. Buenos Aires: Sudamericana. Cuentos y novelas cortas. Editado por Ernesto Montequin.

Poesía
(1942). Enumeración de la patria. Buenos Aires: Sur.
(1945). Espacios métricos. Buenos Aires: Sur. Premio Municipal.
(1948). Sonetos del jardín. Buenos Aires: A. J. Álvarez.
(1949). Poemas de amor desesperado. Buenos Aires: Sudamericana.
(1953). Los nombres. Buenos Aires: Emecé. Premio Nacional de Poesía.
(1962). Lo amargo por dulce. Buenos Aires: Emecé. Premio Nacional de Poesía.
(1972). Amarillo celeste. Buenos Aires: Losada.
(1979). Árboles de Buenos Aires. Buenos Aires: Librería La Ciudad.
(1979). Canto escolar. Buenos Aires: Fraterna.
(1985). Breve santoral. Buenos Aires: Ediciones de Arte Gaglianone.

Antologías
(1966). El pecado mortal. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
(1970). Informe del cielo y del infierno. Caracas: Monte Avila. . Ed por Edgardo Cozarinsky.
(1991). Las reglas del secreto. México: Fondo de Cultura Económica. Ed por Matilde Sánchez.
(1999). Las reglas del secreto. Buenos Aires: Emecé. Dos volúmenes.

Cuentos infantiles
(1972). El caballo alado. Buenos Aires: Flor.
(1974). El cofre volante. Buenos Aires: Estrada.
(1975). El tobogán. Buenos Aires: Estrada.
(1977). La naranja maravillosa. Buenos Aires: Orión.

Novelas
Junto a Bioy Casares, Adolfo (1946). Los que aman, odian. Buenos Aires: Emecé.
(1986). La torre sin fin. Madrid: Alfaguara.
(2011). La promesa. Buenos Aires: Lumen.

Teatro
Junto a su amigo Wilcock, Juan Rodolfo (1956). Los traidores. Buenos Aires: Losange. Pieza teatral en verso.

Varios
Junto a Borges, Jorge Luis y Bioy Casares, Adolfo (1940). Antología de la literatura fantástica. Buenos Aires: Sudamericana.
Ulla, Noemí; Ocampo, Silvina (1982). Encuentros con Silvina Ocampo. Buenos Aires: Belgrano.
Ocampo, Silvina (1984). Páginas de Silvina Ocampo. Buenos Aires: Celtia.
Ocampo, Silvina (2006). Montequin, Ernesto, ed. Invenciones del recuerdo. Buenos Aires: Sudamericana. Autobiografía en verso.
Ocampo, Silvina (2008). Montequin, Ernesto, ed. Ejércitos de la oscuridad. Buenos Aires: Sudamericana.
Ocampo, Silvina (2014). Montequin, Ernesto, ed. El dibujo del tiempo: recuerdos, prólogos, entrevistas. Buenos Aires: Lumen.


Los que aman, odian (1946)
La única novela policial escrita conjuntamente por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, funciona como excusa para revisitar el Viejo Hotel Ostende.

Por Claudia Aboaf
Gracias: Agustín Márquez y http://www.instruccionesdeuso.es



En el libro de huéspedes del Viejo Hotel Ostende hay fotos de veraneantes de riguroso blanco recostados en algún médano perfilado por el viento. Alguno de ellos podría ser Bioy o Silvina. O estar los escritores en el grupo que posa —los hombres con bañadores que cubren el torso, las mujeres con las piernas al aire, bronceadas— en el balneario Ostende.
En la costa argentina sopla el Pampero y los vientos alisios que mueven de lugar los médanos vivos. «Me hundía el sombrero en la cabeza para que no me lo arrebatara el viento», escriben Silvina Ocampo y Bioy Casares recordando tal vez su propia llegada al hotel en la década del 40. Es al Dr. Huberman, el protagonista de la novela Los que aman, odian (publicada originalmente en 1946, cuya última reedición a cargo de Emecé en 2017 y fue llevada al cine en 2018) a quien las ráfagas libres de la costa le quieren arrancar el sombrero.
El contraste entre este viento excesivo que puede soplar a cien kilómetros por hora durante una tormenta de arena y el aire viciado del interior del cuarto de hotel delimita, en la novela, dos mundos que obran con fuerza contraria: Anábasis -cita Huberman buscando el mar en el aire, como un griego que espera encontrar el cielo- y Catábasis, la inmersión que el Dr. H narra como cronista de la muerte en un mundo de hotel, aislados por cuatro días, tapiadas las salidas por esa arena y por ese viento.
«El edificio, blanco y moderno, me pareció pintorescamente enclavado en la arena: como un buque en el mar o un oasis en el desierto», apunta de su primera impresión al llegar. Médico homeópata, es él quien nos relata los acontecimientos en primera persona, y desde el comienzo devela que la búsqueda de la soledad en el balneario es por un acariciado proyecto: la escritura de un guión cinematográfico. Mientras ingiere glóbulos a cada momento, el Dr. H. aprovecha los diagnósticos a simple vista para brindarnos una descripción física de los personajes. Enseguida advierte al lector acerca de las novelas policiales y las novelas fantásticas, citando a Betteredge -personaje creado por Wilkie Collins en la primera novela policial o detectivesca de Inglaterra en el siglo XIX- proponiendo volver a la «picaresca saludable y al ameno cuadro de costumbres». Sin embargo, los autores nos harán transitar ambos caminos mientras los cuestionan.
Al salir de la habitación y avanzar a tientas por la oscuridad de los corredores, el Dr. H. oirá unos gritos. Algo amorfo y veloz le roza un brazo. Es el niño Miguel, quien ha tenido una infancia triste, anémico y mal desarrollado, acogido en el hotel, esperando que el aire de mar lo fortalezca. Sin embargo, su cama se encuentra en el cuarto de baúles, en las profundidades del edificio, donde el Dr. H. encontrará, entre dos baúles, un enorme pájaro blanco ensangrentado, señal de la inminencia de cierto crimen.
Bioy y Silvina iniciarán un carrusel de sospechas, poniendo el foco en uno u otro huésped, quienes incluso develarán sus verdaderas identidades, intensificando este método de intriga policial hacia el fin de la novela. Los libros funcionarán como pistas: por ejemplo, uno de Phillpotts que la víctima estaba traduciendo, portador de sospechas y revelaciones. Incluso la falta del libro, que parece desplazarse también por el laberinto de pasillos, puede ser una pista. O el comisario que admira a Víctor Hugo y recomienda obras modernas como La Montaña Mágica de Thomas Mann. «Los crímenes complicados eran propios de la literatura; la realidad era más pobre»: el Dr. H., devenido en cronista, escribe: «He confundido la realidad con un libro».
Finalmente, el viento que arremolina la arena y la eleva como humo de chimeneas por sobre el tope de las dunas creando pirámides provisorias se serena. Entonces la intensidad de la narración parece menguar también, pero será luego de una última sorpresa entre tazas, sustancias y confusiones que la novela recién escampe.
Los que aman, odian es la única novela policial escrita conjuntamente por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Su matrimonio fue asimétrico y antagónico: comenzando por la edad (Silvina, 1903; Bioy, 1914) pueden elaborarse una serie de conjeturas acerca de la imaginación y la inteligencia (y trocarse, asegura Luis Chitarroni) en sus obras no tan disímiles.
Podemos diseccionar la novela buscando cada pluma, colocando fragmentos de un lado u otro, agruparlos o canjearlos, tentados por ejemplo con Miguel, el niño que en la novela diseca pájaros marítimos, y en seguida enlistarlo entre los niños crueles de Silvina: «Empuñaba un enorme albatros embalsamado. Atada al pescuezo del pájaro con una cinta verde, colgaba una fotografía del niño… el cutis ceroso, la mirada intensa y la cara de laucha... evocó imágenes de pequeños y feroces animales acorralados». El niño besará en la boca a la muerta.
O podemos agrupar las ironías coquetas, de clase, del Dr. Huberman en la inteligencia de Bioy: «Como un evadido de la ropa (convencionalismos de la vida urbana), me enfundé en mi camisa escocesa, en mi pantalón de franela, en mi saco de brin crudo, en el plegadizo panamá, en los viejos zapatones amarillos y en el bastón con empuñadura en cabeza de perro. Agaché la cabeza, con no disimulada satisfacción examiné en el espejo mi abultada frente de pensador, y otra vez convine con tanto observador imparcial: la similitud entre mis facciones y las de Goethe es auténtica». También: «Mientras saboreaba un scone juiciosamente dorado consideré que los hechos cardinales -los nacimientos, las despedidas, las conspiraciones, los diplomas, las bodas, las muertes- nos convocan alrededor del lino planchado y de la vajilla inmemorial…»
Pero si como un trepanador de cerebros queremos extirpar y poner bajo el microscopio la creación de uno y otro, tendríamos que ignorar el vínculo y creer en esa religión ególatra en la que lo propio es de uno. Disfrutemos entonces de la tercera cosa: el libro.
El libro es el cuerpo del vínculo de estos dos escritores. Como en Los Autonautas de la cosmopista, el matrimonio de Julio Cortázar y Carol Dunlop, también Los que aman, odian es una producción matrimonial viajera: unos hacia el sur por la autopista marítima de París a Marsella y los otros recorriendo el Atlántico sur, pasando por Ostende camino a Mar de Plata.
El hotel que es escenario de la historia aún sigue en pie, y no es esa novela su única distinción: de hecho, en el edificio se conserva intacta la habitación 51 en donde Saint-Exupéry escribió Vuelo Nocturno. No sólo lo clásico pervive, también lo hace lo infrecuente. También conocido como «El Hotel Bosque de Mar» en la novela, su construcción comenzó en 1913, y las dos plantas mantienen su perfil histórico, de un estilo inclasificable, con falsas asimetrías que sugieren un pentágono incompleto y escaleras que no se sabe adónde conducen. Incluso para el huésped que aún no atrapa las vacaciones, aunque su cuerpo ya deambule por el hotel, la arquitectura obliga a una observación más atenta, a nuevas perspectivas, como en un cuadro del artista holandés Escher. No es raro cruzarse con un recién llegado desorientado que de ahora en adelante llevará un libro bajo el brazo como una consigna. Desde 1960, el hotel estuvo en manos de Abraham Salpeter. En el presente, está a cargo de su hija, Roxana Salpeter. Ambos entendieron el destino del balneario, del hotel: un Hotel Literario. Actualmente, a las exhibiciones nocturnas de películas en la playa se sumaron los cursos de literatura.







¿Qué tenés para decir de Silvina Ocampo?

 

“Las rendijas de las conversaciones. Una persona mágica. Su silencio. Los lugares que no corresponden a una señora bien. La crueldad desapasionada. La venganza del subalterno. La cursilería. Las costureras. Las peluqueras. Los secretos... Quizá no podamos saber nunca quién era Silvina Ocampo, era la hermana menor, la que miraba todo, escondida detrás de un árbol, metida en su mundo de intimidad y fantasía”.

Pedro Mairal

 
“No me acuerdo cuándo leí por primera vez a Silvina Ocampo, pero seguro fue a los veintipico. Habrán sido relatos sueltos, un tiempo después salieron los cuentos completos. Pero me acuerdo de la fascinación que me produjo. Me encantan sus personajes torcidos, esos ambientes de techos altos y olor a rancio, o esos patios de casonas viejas. Hay un texto hermoso de María Moreno entrevistándola, en los años 70. En un momento le pregunta de qué manera irrumpe lo fantástico en su vida y Silvina Ocampo responde: como el canto de un mono en la noche. Es hermoso, creo que leerla provoca un sentimiento parecido a ese”.

Selva Almada

 

 

“hermana/esposa/a la sombra /la menor/ Silvina. Pero/

bajo el signo de Leo: brillo intimo/

Pisarnik su anillo dorado ( te tengo confianza mística) /

La elipse: su estrategia solar”.

Claudia Aboaf

 

 

“Borges y Bioy se encerraban en un estudio en la casa de Bioy Ocampo a contarse historias, a charlar, a reírse, a chismosear, a burlarse de los otros. Siempre pensé que si esa puerta se la abrían a Silvina, la risa hubiese movido al universo”.

Cecilia Szperling

 

 

“Silvina O’Field, como la llamaba Manuel Puig, cipaya invertida que prefería el campo de la provincia de Buenos Aires antes que París es, en términos artísticos, La cautiva de Echeverría autosecuestrada en el piso de la servidumbre de la casa de sus padres, la mansión Ocampo. Una cautiva despótica cuya obra consistió en convertir a sus presuntos raptores en negros literarios que le dictaban sus cuentos de costureras, premoniciones, lechuzas embalsamadas, adivinas, mientras inventaban un género y molían a golpes la tabla de planchar”.

Laura Ramos

 

 

“Lo mismo que me generaba admiración y felicidad cuando la leía de muy chica, es lo que hoy admiro y me hace reír, entre fascinada e incómoda, cuando releo alguno de sus cuentos. Nunca perdí la inocencia ante el misterio candoroso y siniestro que encierran los mundos de Silvina Ocampo”. 

Vera Giaconi

 

 

 

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